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Actualizado: 15 de junio de 2025


Después siguió con la vista clavada en ella larguísimo rato con la misma expresión de extravío ó indiferencia. Poco á poco se fueron contrayendo sus labios y dejaron paso á una sonrisa dura y cruel como nunca se había visto en su cándida boca.

Y todavía no era esta impertinencia de un viejo fantasma panzudo que se acomodaba sobre mis muebles, sobre las colchas de mi lecho, lo que más me exasperaba. Mi horror supremo consistía en una idea clavada en mi espíritu como un hierro inarrancable: «yo había asesinado a un viejo».

Bonis, sudando gotas como puños, frotaba, frotaba incansable, con una sonrisa poco menos que seráfica clavada en el apacible rostro: sus ojos, azules y claros, muy abiertos, sonreían también a dulces imágenes y a deleitosos recuerdos. En vano Emma refunfuñaba, se quejaba, le increpaba y con palabras crueles le ofendía; no la oía siquiera; cumplía su deber y andando.

El tratamiento, la burla que envolvía la pregunta y la presencia de las jóvenes, sobre todo, hirieron de tal modo á Soledad, que permaneció clavada al suelo sin acertar á responder. Vencida al cabo, en parte, su confusión por un supremo esfuerzo, dijo con voz apagada: Vengo á preguntarte si quieres que nos vayamos... Pronto serán las cinco... Usted se puede ir cuando guste.

Era de ver los dos en un palco principal; él, rígido, correcto, paseando su mirada distraída por la sala; el criado, con las palmas de las manos apoyadas en la barandilla y la barba sobre las manos con la atónita mirada clavada en el escenario, soltando bárbaras, ruidosas carcajadas, rascándose el cogote o bostezando a gritos enmedio del silencio.

Estaba al pié de un arbusto, y con una rama se daba golpes en la punta del zapato derecho, teniendo clavada allí la vista de un modo maquinal. Alguna idea agujereaba el cerebro de aquella mujer; algun pensamiento diabólico volcanizaba aquella cabeza. Sobre esto dijimos algunas palabras á media voz; pero la jóven no levantó los ojos para mirarnos.

Al cabo de un rato dejó caer el hacha de las manos y fijó en mi una mirada de angustia que aún tengo clavada en el corazón. «No puedo más, Pedro; tengo hambre», me dijo. Yo no lo que pasó por entonces, señorita. Se me hizo un nudo aquí, en la garganta, como si fuese á ahogarme.

Doña Paula, ante aquella repentina aparición, se quedó un instante clavada al suelo, el rostro blanco y aterrado, la mirada atónita. Después cayó pesadamente al suelo, arrastrando en la caída a su nieta. El Duque se apresuró a levantarla. Luego, ante un gesto imperioso de Ventura, la dejó sobre el sofá y huyó. A las voces de la joven, acudieron los criados y luego Cecilia.

Lleva la mano al puño de su espada, Y en la patria cautiva, piensa el bravo: No sino al tirano y al esclavo, Al verdugo y la víctima infeliz. A espectáculo tal, cae de rodillas Con la vista clavada al firmamento, Y prorumpiendo en dolorido acento: «Oh Patria mia, mísera de

Mi amo miró sonriendo una mala estampa clavada en la pared, y que, torpemente iluminada por ignoto artista, representaba al Emperador Napoleón, caballero en un corcel verde, con el célebre redingote embadurnado de bermellón.

Palabra del Dia

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