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Actualizado: 15 de mayo de 2025


La primera para el maldito aquel que agita el manto de seda de la pobre castellana. ¡Ensartado por la cintura, un palmo más abajo de lo que yo esperaba! Número dos: regalo de despedida al condenado aquel que lleva una cabeza clavada en la pica. Ya está tendido panza arriba. ¡Buen flechazo también el tuyo, Tristán! Has hecho caer á ese buen mozo de narices en el fuego. ¡Allá va otra!

Dos veces se movió un poquito, disponiéndose a descender, y, al sentir sobre sus mejillas ruborosas la mirada inquisitorial de Krilov, permaneció como clavada en su sitio, sin retirar la mano de la barandilla en que se apoyaba. Su guante negro, con un dedo algo descosido, temblaba un poco.

Alcalá Galiano revistó la tripulación al mediodía, examinó las baterías, y nos echó una arenga en que dijo, señalando la bandera: «Señores: estén ustedes todos en la inteligencia de que esa bandera está clavada». Ya sabíamos qué clase de hombre nos mandaba; y así, no nos asombró aquel lenguaje. Después le dijo al guardia marina D. Alonso Butrón, encargado de ella: «Cuida de defenderla.

No; Salvador no trataba de escudriñar aquella sagrada dolencia que atormentaba su espíritu con dulcísimo amargor; dejaba su pasión quieta, clavada en su vida como un dardo de fuego, única y decisiva en su destino. Le bastaba sentirla luminosa en su conciencia, ardiente y pura en su corazón.

¡Soñar! ¡Vivir! ¡Soñar allí a la sombra, con la vista clavada en el celaje, que cuanto se contempla y aun se nombra es filipino todo en el paisaje...! Eso es soñar triunfando de la pena y mover con la fe hasta las montañas. ¡Oh, dejadme soñar en mi hada buena a la sombra piadosa de las cañas...!

De improviso, todo cambió, apareciendo por arte de magia un cuarto vulgarmente amueblado con cama de hierro, sofá de espadaña, dos baúles y una percha clavada en la puerta. Sobre asientos y muebles había muchas ropas adornadas de oropel y talco.

El P. Gil, sacudido por un estremecimiento de tristeza y compasión, comenzó a llorar. Gracias... gracias por esas lágrimas dijo el enfermo sonriendo. Al mismo tiempo dejó caer su mano, trasparente como la porcelana, sobre la del sacerdote y la apretó suavemente. Hubo un largo y triste silencio. El P. Gil, con la mirada extática, clavada en el balcón, meditaba.

El numeroso grupo que éstos formaban se había apartado del pedrero, dejando solos junto á él á dos hombres encargados de dispararlo. El de la gorra roja se inclinó para apuntar, abrió los brazos y cayó de bruces con una flecha clavada en el costado. Casi en el mismo instante recibió el otro pirata un dardo en la garganta y otro en una pierna y quedó retorciéndose sobre cubierta.

Palabra del Dia

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