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Actualizado: 10 de junio de 2025


Nadie se ocupa de ellos; todos los detestan. A me deben sus comidas suplementarias. Como si oliese la proximidad del alimento, una de las tres piedras se agitó con policromo escalofrío. Su envoltura elástica se fué hinchando. Pasaron por ella rayas de color, nubes ruborosas que iban del rojo al verde, redondeles que se inflaban sobre la hinchazón, formando temblonas excrecencias.

Dos veces se movió un poquito, disponiéndose a descender, y, al sentir sobre sus mejillas ruborosas la mirada inquisitorial de Krilov, permaneció como clavada en su sitio, sin retirar la mano de la barandilla en que se apoyaba. Su guante negro, con un dedo algo descosido, temblaba un poco.

Sus mejillas ruborosas y su mirada, un tanto inquieta prestaban a su semblante una expresión de candor inefable. La felicidad revelada en su rostro, realzaba su belleza: sus miradas vagaban de su novio a su padre, y de éste a su novio, haciéndoles por igual con coquetería encantadora los honores de su gracia.

Acogían ruborosas los aplausos y gritos de entusiasmo, y así iban hasta sus asientos escoltadas por la familia. Pasaban entre las mesas damas rusas de alta diadema y vestiduras rígidas; niponas de menudo andar; polonesas con dolmanes ribeteados de pieles blancas; marineritos tentadores que enfundaban sus juveniles prominencias en un traje blanco cedido por un grumete. ¡Ollé! ¡Ollé!... ¡Carmén!

Las muchachas, ruborosas en presencia del amo, a quien muchas de ellas veían por primera vez, retrocedían mirando al suelo, con las manos puestas ante la falda. Dupont las señalaba: ¡esta! ¡esta!... Y se fijó también en Mari-Cruz, la prima de Alcaparrón. , gitana, también. Eres feílla, pero tienes ángel y sabrás cantar.

Así como los joviales espíritus diurnos se alejan con ruborosas alas apenas despunta por Oriente el íncubo nocharniego, el señor Colignon, desasosegado, aturdido y pálido por dentro, pues por fuera no se lo consentía su imposible rubicundez, se despidió y tomó la salida, no sin que Xuantipa le dijese al partir: Con su apoyo contamos, señor Coliñón, y Dios se lo premiará.

Los recién llegados, después de saludar a la mamá, deseándola felicidades y ensartando los lugares comunes propios del caso, sentáronse cerca de las dos niñas, que se mostraban complacidas y ruborosas.

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