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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Fue Juanita a casa de doña Inés tan pobre y modestamente vestida como si saliese de un beaterio, y tan modosita en el hablar, en la voz y en los modales, que parecía, sin visos ni asomos de afectación, una criatura seráfica. Esto, sin duda, hubo ya de entreabrirle o de ponerle entornadas las puertas del corazón de doña Inés, la cual sabía mucho y pensaría y diría en su interior.
Una sonrisa seráfica iluminó su rostro de repente, y volviéndose a Petra, señaló a la galería: ¡Es mi macho! ¡es mi macho! ¿oyes? estoy seguro... ¡es mi macho!... y tu amo que decía... que su canario... que iba a cantar primero... oyes... ¿oyes? es mi macho, se lo he prestado quince días para que lo viese vencer... ¡es mi macho!
También veo la cara seráfica de Agustinito Argüelles. Dicen que este predica muy bien. ¿Ve usted a Borrull? Cuentan que este no quiere Cortes. Pero empiece de una vez la función ¡qué pesados son! Aquí como no se paga la entrada, no hay derecho a impacientarse. Ya está dispuesta la presidencia. ¿Tocarán un pito para empezar? Yo tengo una curiosidad por oír lo que digan... Y yo.
De seguir sus impulsos, la gente de acción del partido hubiera hecho cada día una muerte. Don Andrés hablaba con seráfica sonrisa de enredarle las patas al alcalde o al elector influyente que se mostraba rebelde y arrojaba un chaparrón de papel sellado sobre el distrito, promoviendo procesos complicados que no terminaban nunca.
Los ayunos y penitencias de toda clase, cada vez más frecuentes y ásperos, aumentaban el entusiasmo y la seráfica alegría de su alma, pero enflaquecieron al cabo notablemente el cuerpo.
El viejo y su protegido se recluían en la cocina con una inquietud de culpables. Pasos y voces en la cubierta alteraban su conversación. «¡Escóndete!» Y Esteban se metía debajo de una mesa ó se ocultaba en el cuartucho de las provisiones, mientras el cocinero salía al encuentro del recién llegado con una cara seráfica. Algunas veces era Tòni, y el muchacho osaba salir, contando con su silencio.
Bajó éste con el capuchón de reglamento. Al quitárselo y dejar al descubierto su hermosa cabeza blonda, D.ª Rafaela no pudo menos de recordar las estampas piadosas que representan a los primeros mártires del cristianismo en los calabozos de Roma. La luz, dando de lleno en aquella cabeza angelical, hacía resaltar como en apoteosis la delicadeza de sus facciones, la seráfica limpidez de su mirada, las tintas sonrosadas de sus mejillas.
Yo buscaba algo extraordinario, profundamente grandioso y sublime en aquella encarnación del principio religioso que caía en mis brazos; yo esperaba un tesoro de ideales delicias para mi alma, abrasada en sed inextinguible; yo esperaba recibir una impresión celeste que transportara mi alma a la esfera de las más altas concepciones; pero ¡maldita Naturaleza!, la criatura seráfica que yo soñaba rodeada de nubes y de angelitos en sobrenatural beatitud, se deshizo, se disipó, se descompuso, como una imagen de máquina óptica cuya luz sopla el bárbaro titiritero diciendo: «buenas noches...». Todo desapareció... Las alas de ángel agitándose zumbaban en mi oído, pero yo me desencajaba los ojos mirando y no veía nada, absolutamente nada más que una mujer... una mujer como otra cualquiera, como la de ayer, como la de anteayer...
La brisa levantaba el faldón del narrador, apareciendo su abdomen partido en dos hemisferios por la tirantez del botón único. Tío Caragòl, ¡que se le escapa! avisaba una voz burlona. El santo hombre sonreía con la calma seráfica del que se ve más allá, de las pompas y vanidades de la existencia. Déjalo: ya no vuela. Y emprendía el relato de un nuevo milagro.
Juanito y las dos mujeres, después de una hora de espera viendo las entradas y salidas de los clientes, que andaban con aire discreto, como influidos por aquel ambiente de seráfica calma, fueron admitidos a la presencia del gran hombre. Atravesaron la oficina, donde media docena de pobres diablos plumeaban encorvados, levantando la cabeza para lanzar a Tónica una mirada rápida.
Palabra del Dia
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