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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Cogidos de la mano, con fuego en el corazón, alta la frente y la pupila clavada en lo porvenir, hemos partido muchos para recorrer los campos de la política; a los pocos pasos, ya se ha desprendido uno, a quien el temor o la utilidad han solicitado, más allá otro, más allá otro: al poco tiempo la caravana se ha disuelto, y cada cual corre a refugiarse donde más le conviene. Esta es la vida.
Acababa de fijarse en una puerta de que hasta entonces no hizo caso, o en que no reparó, por hallarse clavada en ella, según es frecuente en las fondas, una percha, de la cual su doncella había colgado varías faldas y otras ropas largas ocultando la entrada; y era lo terrible que esta puerta ponía en comunicación el cuarto de Cristeta con el inmediato.
Una ola de lágrimas se agolpaba a mis ojos y un nudo de angustia cerraba en mi garganta el paso a toda palabra. Se puso a leer un libro de filosofía alemana, uno de esos libros que, por su profunda aridez y sequedad, levantan cefalalgias. La intrincada filosofía no llegaba a su espíritu, en el cual sólo había la espina clavada de mi pequeña ofensa. En tales circunstancias tuve un rasgo luminoso.
Mil pensamientos de exterminio se le amontonaron en el cerebro mientras su mirada torva y siniestra permanecía clavada en las espaldas del infeliz contrabajo, bien ajeno por cierto de los sentimientos sanguinarios que en aquel momento inspiraba su inofensiva persona.
El papú pareció no haberle oído: había arrancado una flecha clavada en un tronco, y la miraba con atención. ¡Uri-Utanate! repitió el marino. Esta vez el salvaje le oyó, y se le acercó diciéndole: Yo conozco esta flecha. ¿La conoces? exclamó Van-Horn. Sí; y pertenece a los guerreros de mi tribu. ¿Estás seguro de no equivocarte? No me engaño.
Cubríala un mantel blanquísimo y fino, pero demasiado raído por el uso; y se conocía por el tamaño, por el peso y por la forma, que también eran de abolengo los cubiertos y dos cucharones de plata que brillaban sobre el mantel, a la luz de un velón de cuatro mecheros que pendía de una tablilla, clavada por un extremo en una vigueta del techo.
Al cabo Tristán comenzó a decir lentamente mirando al suelo: Una tarde estábamos tu hermano y yo hablando en su despacho. Tú te fuiste al balcón y apoyaste tus codos en el antepecho. Poco después entró ese chico y apenas nos hubo saludado fue a reunirse contigo. Y comenzasteis a hablar en voz baja y a reíros mientras yo tenía la vista clavada sobre vosotros.
Viene con Pepita y con Concha y Eugenia... Es el primer domingo que viene después de la muerte de su hermano... ¡No te pongas así, niña!... No te asustes... verás, yo lo voy a arreglar todo. Asunción, en efecto, había empalidecido y estaba clavada e inmóvil en la silla como una estatua.
Tan escasa era la claridad, que doña Manuela se dio un golpe contra la hoz clavada en la pared para cortar la hierba, y pasaron algunos momentos antes que las tres mujeres distinguieran a Nelet en el fondo de la cuadra. El pobre muchacho, a pesar de su rudeza, contemplaba a Brillante con asombro doloroso, frunciendo el ceño como si quisiera cerrar el paso a las lágrimas.
Mi mujer y yo, con los ojos iluminados por la alegría, nos asomamos al balcon; Luisa estaba en el de enfrente, con la vista clavada en el nuestro. Indudablemente esperaba á que nosotros nos asomásemos, para saludamos. Así fué.
Palabra del Dia
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