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Actualizado: 15 de mayo de 2025
¡Por supuesto! dijo con ironía don Justo . Al salir de aquí dejáis a la fortuna clavada detrás de la puerta, hasta que volváis a decirla que os ampare. ¡Como si no hubiera otros que se aprovecharán de ella en cuanto vosotros la abandonéis! ¡Inocentes!
La cama se hundió; rodamos por el suelo; y rodando llegamos al monte de maíz. Entonces salió la luna; entraron sus rayos por la ventana que yo dejara abierta, y vi a mi robusta aldeana, en pie, hundida una pierna entre los granos de oro y la rodilla de la otra clavada sobre mi pecho.
Las mías han sido tan tremendas, que el día que me tocaba, no podía menos que compararme a San Pedro Mártir, con el hacha clavada en la cabeza. Pero de algún tiempo a esta parte se me alivian con jamón». ¿Cómo es eso?... ¿aplicándose una tajada a la cabeza? No, hija... comiéndolo... ¡Ah!, uso interno... Vale más que te retires dijo Fortunata a su marido, cuyo sufrimiento crecía por instantes.
A su izquierda más allá de los montes azules de Oropesa que limitaban el golfo valenciano veía imaginativamente la opulenta Barcelona, donde tenía numerosos amigos; Marsella, prolongación de Oriente clavada en Europa; Génova, con sus palacios escalonados en colinas cubiertas de jardines. Luego su vista se perdía en el horizonte abierto frente á él. Este camino era el de la dichosa juventud.
Algunos amigos verdaderos, o por lo menos partidarios declarados del Magistral, paseaban por el Espolón; pero no se atrevían a acercarse al ilustre Vicario general; llevaba cara de pocos amigos, a pesar de su sonrisita dulce, clavada allí desde que se veía en la calle.
Sentado ante un tablero de dibujo en el que había clavada una hoja grande de papel, iba trazando los contornos de un canal. Pero el dibujo se esfumó poco á poco para ser reemplazado por una visión de la realidad ordinaria. Las líneas rojas y azules se convirtieron en un río orlado de sauces, en terrenos yermos y caminos polvorientos.
A otro cuarto entran a aliñarse y dejar sus armas los que han venido a caballo. Una panoplia de armas indias, clavada a un lado de la puerta de los caballeros, les indica su cuarto. Un gran lazo de cintas de colores y un abanico de plumas medio abierto sobre la pared, revelan a las señoras los suyos.
El marino, sonriente, señaló con el pie una gruesa saeta clavada profundamente en un tablón á tres pasos de la cabeza de Roger. Pocos segundos después el timonel cayó de bruces y Roger vió en su espalda el asta ensangrentada de otra flecha.
Un día Velázquez, al despedirse, le dijo en broma, adoptando un continente grave: Soledad, tengo que comunicarte un secreto. Se fué y no volvió á acordarse de tal frase. Pero á la hija del guarda, á quien las congojas consumían, se le quedó clavada en el cerebro. No pensó en otra cosa. ¿El qué? preguntó Velázquez sorprendido. Aquello.
Allá en el cementerio había, sobre cada tumba, clavada una bandera. ¿Qué caballerín, de los elegantes de la ciudad, no estaba aquella mañana, con un ramo de flores en el ojal, saludando a las damas y niñas desde su caballo?
Palabra del Dia
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