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Una vez en la trastienda, que era una sala cuadrada bastante sucia, vestida de estantería de madera llena de piezas de paño y sembrada, sobre todo hacia los rincones, de multitud de objetos polvorientos y enmohecidos, las señoras se despojaron de sus abrigos. En el centro había una gran mesa cubierta con tapete azul, y colgando sobre ella una lámpara idéntica á la de la tienda.

Hallólos un poco polvorientos allá en un rincón de su cabeza. De buena gana hubiera abierto el antiguo tratado de estrategia que tenía en su librería más polvorienta aún: pero no había tiempo. á tu marido manifestó al cabo con autoridad militar como si se dirigiera á un ayudante de órdenes que suba al corredor de la parra por si se intenta el asalto por entrambas fachadas.

repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.

Cuando años después vio Gabriel las galerías altas, los «telares» de un escenario, se acordó de las bóvedas de su catedral. Caminaban a través del bosque de postes carcomidos que sostenía la techumbre, por senderos angostos, entre las cúpulas de las bóvedas que hinchaban el suelo como blancos y polvorientos tumores.

Y como quiera que la tienda era grande y la lámpara tenía pantalla, su luz blanca y crecida, en forma de mariposa, no conseguía traspasar los polvorientos cristales de los armarios. Si no supiéramos, pues, hace tiempo, que D. Marcelino comerciaba en paños y bayetas, no era fácil que ahora nos informáramos del contenido de tales armarios.

Difícilmente se podría determinar, sin tener costumbre de andar dentro de tal laberinto, lo que allí había; pero el Majito, que conocía el local como un ratón conoce las entradas y salidas de la casa que habita, subió a eminencias que parecían camas; descendió a negros abismos que parecían arcones abiertos; trepó por las gastadas graderías de un estante viejo; se arrastró por suelos polvorientos; metió su brazo por tortuosas grietas formadas de informes bultos arrimados a la pared.

Los muros estaban cubiertos con paños de damasco rojo galoneado de oro, que, como grandezas deseosas de humillarse, caían casi hasta el suelo de ladrillos polvorientos, y por bajo de la verja del presbiterio veíanse hincados de rodillas, con su cirio y escapulario, varios fieles que de rato en rato se relevaban, formando incesante guardia de honor al pie de la pirámide de llamas, en tanto que los sacerdotes, dando ejemplo de piedad, se persignaban rápidamente al pasar ante los altares.

En una, la que estaba destinada al amanuense, unos estantes con papeles y legajos polvorientos, comidos de la polilla, folletos y periódicos, en paquetes atados con hilo de Campeche; una mesa secular, cubierta con una carpeta de paño verde, manchada de tinta; gran tintero de plomo, una marmajera del mismo metal, dos plumas dignas del gabinete de un arqueólogo, y un retal de casimir negro para limpiar las plumas, procedente, sin duda, de algún pantalón viejo del abogado.

Guapa... que lo estaba; con sus cabellos de oro peinados por la doncella, y una capa de menjurgos de tocador que refrescaban, con llamativa juventud, su madurez de rubia carnosa. ¿Pero... elegante?... Llevaba un traje de seda clara, con los colores algo apagados y polvorientos; una pieza magnífica que había llegado á Bilbao desde un taller de la rue de la Paix cuatro años antes, cuando ella volvía ya la espalda á las vanidades del mundo.

Hablábase con misterio e interés de las preciosidades que amontonaba en sus polvorientos salones.