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Actualizado: 25 de mayo de 2025
La niña que saltaba del lecho a obscuras era más enérgica que esta Anita de ahora, tenía una fuerza interior pasmosa para resistir sin humillarse las exigencias y las injusticias de las personas frías, secas y caprichosas que la criaban. «¡Vaya una manera de hacer examen de conciencia!» pensó doña Ana algo avergonzada.
Adoraba a Keller como un reflejo perdido de aquel astro apagado para siempre; sentía la necesidad de humillarse, la dulzura del sacrificio como el devoto que se prosterna ante el sacerdote, no viendo en él al hombre, sino al elegido de la divinidad.
Nunca fué posible después que le pidiese perdón, según exigía la superiora. Prefirió estar recluída un mes, a humillarse. Los primeros meses que pasó en casa de su padre fueron de prueba para la buena D.ª Carmen.
Esta mujer tan altanera con todo el mundo, sentía un goce especial, semejante al de los místicos, en humillarse ante su madrastra. La voz de ésta removía como un conjuro mágico las débiles chispas de bondad y de ternura que ardían en su corazón y les prestaba por un instante el aspecto de incendio.
Las novelas, y una señora azafata de la reina que había estado a tomar baños en Sarrió, le habían sugerido aspiraciones fantásticas, un anhelo de vivir en aquella atmósfera brillante. La majestad de los príncipes la conmovía, la embargaba de sumisión, ¡ella que era incapaz de humillarse a nadie!
Como sucede a todos los que han conseguido elevarse, los defectos que universalmente se le reconocían, mejor dicho, la mala fama que tenía, no era obstáculo para que se le respetase, para que todos le hablasen con el sombrero en la mano y la sonrisa en los labios, aunque nunca hubiesen de necesitar de él. Los hombres muchas veces se humillan por el solo placer de humillarse.
El duque había llegado a persuadirse de que su querida, a pesar de las sumas fabulosas que con ella gastaba, era muy capaz de dejarle plantado si un día se atufaba. Esta convicción le tenía siempre sobresaltado y rendido, dispuesto a humillarse, a cometer cualquier bajeza por complacerla.
Demostró que no era tan prudente ni tan sagaz como dicen, cuando no conociendo que vos representábais vuestro papel de Estado, os hacíais señor del príncipe su hijo, os lo repito; vos tuvísteis la fortuna de dar con un príncipe imbécil, y yo... el actual príncipe de Asturias, está viciado precozmente por la pasión á la mujer, que hará de él un rey á quien será imposible servir, contentar sin humillarse, sin manchar la dignidad. ¿Creéis que yo he traído al niño príncipe al regazo de esa mujer?
Y yo callada decía misia Casilda, caminando sin rumbo, como si no tuviera lengua para decirle cuatro frescas; se me han quemado los libros: cuando comprendí que mi visita era inútil, debí erguirme y tratarla de igual a igual; ¿a qué humillarse?
No; después de usted, señor cura. Discutían por última vez, pero en este momento supremo era para cederse el paso, queriendo cada uno humillarse ante el otro. Habían unido sus manos por instinto, mirando de frente al piquete de ejecución, que bajaba sus fusiles en rígida fila horizontal.
Palabra del Dia
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