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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Era muy duro, sin embargo, renunciar a sus ambiciones señoriales y quedar ligado para siempre a una zafia aldeana y a una familia que había de pesar eternamente sobre sus espaldas. Así que, tan pronto como le acudió a la mente, se apresuró a rechazarlo. Pero la endiablada idea volvió de nuevo a presentársele con más alegres colores.
Cuando hubo pasado por delante de una danza, a una aldeana se le ocurrió entonar cierta copla de un antiguo canto de aquella comarca: Si me llevan prisionero, No me llevan por ladrón: Me llevan porque he robado A una niña el corazón. Andrés no pudo menos de sonreír, y volviendo el rostro hacia aquel sitio hizo un saludo con la mano. Los civiles también sonrieron.
Es de una zarzuela.... De una zarzuela de un académico.... Verás... se trata de la marquesa de Pompadour: un señor Beltrand anda en su busca; en un molino encuentra una aldeana... y como es natural se ponen a cenar juntos, y a comer manzanas por más señas. Como tú y yo . Justo. Pues bueno, la aldeana, como es natural también, coge un cuchillo. Para matar a Beltrand....
Deja que pase algún día, Que llegar, ver y vencer No se entiende con amor, Aunque César de amor seas. D. TELL. ¿Es posible que tú seas Mi hermana? FELIC. ¡Tanto rigor Con una pobre aldeana! Llaman. ELVIRA. Señora, doleos de mi. FELIC. Tello, si hoy no dijo sí, Podrá decirlo mañana. Ten paciencia, que es crueldad Que los dos no descanséis. Descansad, y volveréis A la batalla.
¿Quién te había de decir, hermosa, cuando arrastrabas hace poco la cola por Oviedo, que tan pronto habías de llegar á pedir perdón á este pobre minero y á besarle los pies?... Porque has de besármelos, ¿sabes? De otra suerte no saldrás más de aquí. No quisiste ser señorita, preferiste ser aldeana. No te aplaudo el gusto y menos que lo hayas hecho por amor á ese zote de Villoria.
¡Mira... si no te sacas de delante, repelo, hago contigo una desgracia! gritó furiosa ya Amparo dando al mozo, que estaba próximo a la puerta, un soberano empellón para arrojarle del cuarto. Pero el movimiento brusco y familiar despertó la sangre aldeana de Chinto, y con los brazos abiertos se fue hacia Amparo.
El capellán D. Lesmes venía de este pueblo caballero en una jaca torda, linda y briosa. Era D. Lesmes, como ya sabemos, hombre apuesto, se hallaba en la flor de la edad y era además fachendoso, y sobre todo galán y enamorado. No es maravilla, pues, que al ver á la aldeana hiciese parar en firme á su caballo y pusiera cara de pascua. Buenos días, Florita, buenos días.
¡Madre mía! dijo la aldeana riendo. ¡Pues no quería usted ser pocos animales: cordero, trucha, anguila, ratón!... ¡ni el arca de Noé! Es posible que Flora no supiera todo lo linda que era. Es posible igualmente que lo supiese demasiado bien.
A la aldeana le pareció un despilfarro escandaloso: la leche que habían tomado valía muy poco; quiso metérsela de nuevo en el bolsillo; pero Andrés persistió en dejarla, y la dejó.
Siempre había considerado el joven aristócrata como una antinomia del amor aquella preferencia que él daba a la escultura humana con velos, sobre el desnudo puro. ¿Por qué le excitaba más el velo que la carne? No se lo explicaba. Veía la rolliza pantorrilla de una aldeana descalza de pie y pierna ¡y nada! ¡veía una media hasta ocho dedos más arriba del tobillo... y adiós idealismo!
Palabra del Dia
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