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El capellán D. Lesmes venía de este pueblo caballero en una jaca torda, linda y briosa. Era D. Lesmes, como ya sabemos, hombre apuesto, se hallaba en la flor de la edad y era además fachendoso, y sobre todo galán y enamorado. No es maravilla, pues, que al ver á la aldeana hiciese parar en firme á su caballo y pusiera cara de pascua. Buenos días, Florita, buenos días.

Más lejos, en paraje descubierto, danzaban otros formando enormes círculos que giraban cadenciosamente al compás de sus cantos. Florita, ¿dónde tienes á Jacinto? preguntó una joven de la Pola á la gentil molinerita de Lorío. Ambas se hallaban próximas al hórreo contemplando el baile.

Regalado se aproxima con el reloj en la mano y abandonando su acostumbrada ironía le dice con visible emoción, pues al cabo también él había nacido en Villoria: El jurado te declara vencedor, Jacinto. Elige la moza que ha de entregarte el reloj. Jacinto tarda algunos instantes en responder. Al cabo haciendo un esfuerzo pronuncia muy quedo el nombre de Flora. Ven acá, Florita grita Regalado.

Y al decir esto llevó mano al bolsillo. Pero en el mismo instante echó una mirada á la calle por el balcón medio abierto y vió á la vieja Rosenda que desde lo alto de su hórreo los espiaba. ¡Ya está aquella bruja fisgando! exclamó poniéndose serio. Ven acá, Florita, ven á mi cuarto. Y enderezando los pasos hacia la escalera la bajó seguido de la joven y se entró en su cuarto.

Pero lo que no puede dudarse es que D. Lesmes quedó en aquel instante tan profundamente convencido de ello que se puso serio de repente, dejó escapar un suspiro y acariciando con su mano temblorosa el cuello de la jaca exclamó: ¡Ay, Florita, qué hermosa... qué hermosa eres!... ¿Estarás muchos días en Entralgo? Algunos todavía.

Mucho te quiere el capitán, Florita le decía aquélla con sonrisa ambigua; la misma sonrisa que se pintaba en el rostro de las otras tres mujeres que con ella estaban sentadas. ¿Por qué me ha de aborrecer? Nunca le hice daño respondió la joven con presteza. Tampoco yo le he hecho daño, y no me quiere tanto. Será porque no le ha caído usted en gracia.

Tampoco se olvidaba de colocarse bien sobre la garganta la triple sarta de corales y colgarse de las orejas los pendientes de perlas regalo del capitán y estirar con la punta de los dedos los cabos del pañuelo á fin de que cayesen con gracia sobre las sienes. Mira, Florita... te voy á hacer un regalo, hija mía... pero no se lo digas á nadie siguió el capitán con voz levemente alterada.

Así, el pobre Jacinto de Fresnedo cargó de modo real con la culpa de D. Lesmes y de un modo ideal con los palos. Florita se prometió hacerle pagar cara la vergüenza y la molestia que le hizo experimentar. Terminada de tal modo feliz aquella aventura temerosa, cada cual se volvió á la cama. ¡Zángano! ¡más que zángano! ¡pendejo! ¡rijoso!... ¿Para qué quieres á esta niña? ¿Para casarte?

Se enteraron de las noticias que había de D. Félix y su hija y las comentaron largamente, con la garrulería bien sabida de las comadres. Flora se despidió al cabo. Cuando se hubo apartado unos pasos Elisa la llamó. Florita. ¿Qué decías? ¿Ves esa hermosa tierra que tanto produce? manifestó con sonrisa maliciosa apuntando á la Vega sembrada de maíz que se extendía debajo del camino.

En cuanto dió unos pasos y echó una mirada á la casa, pudo ver á la escasa claridad de las estrellas el bulto de un hombre encaramado en el balcón del cuarto que ocupaba Flora. Acercóse solapadamente hasta ponerse debajo de él y oyó que llamaba suavemente y decía muy quedo: Flora... Florita...