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Al verse allí, el cocinero mayor sintió un vértigo horrible, parecióle que las luces se agrandaban, que se iban hacia él, que le rodeaban, que giraban, que subían, que bajaban, que se revolvían en un torbellino de fuego.

Desde allá giraban mucho dinero a sus familias y compraban casas y tierras, alabando a Dios, que mantiene a sus sacerdotes con más holgura en el Nuevo Mundo que en el viejo. Había buenas señoras en Chile y el Perú que daban cien pesos de limosna por una misa. Estas noticias hacían abrir la boca de asombro a los parientes, reunidos durante las noches de invierno en la cocina.

Por esto las ilusiones de su vida de miseria esplendorosa giraban siempre en torno del matrimonio, ambicionando todos una novia rica para hacer buena figura en «la carrera». El deseo de no contrariar a su madre, que veía en la diplomacia la única ocupación digna, fue lo que mantuvo a Fernando en su puesto; pero al morir la pobre señora, presentó la renuncia.

Sus ojos se abrieron y su voz articuló algunos sonidos, pero éstos no fueron más que suspiros y sollozos, y aquéllos giraban desordenadamente, o se fijaban ni más ni menos que como pudieran estar los ojos de una estatua. El Sultán, traspasado de dolor, condujo al palacio a su desventurada esposa, llevando detrás de y a respetuosa distancia a toda la comitiva.

En lo alto y a lo largo de la nave corría en complicadas líneas un número incalculable de aceros relucientes, de hierros bruñidos, palancas, vástagos y ruedas unidas por correas, que subían, bajaban, se retorcían cruzándose, y giraban vertiginosamente, como miembros locos de un mecanismo vivo en que nada pudiera detenerse sin que el conjunto se paralizara.

Este mar, que comparado con los otros es un simple lago sembrado de archipiélagos, se le ofreció como una escuela. A cualquier viento que abandonase su velamen, estaba seguro de llegar á una orilla hospitalaria. Las brisas dulces é irregulares giraban con el sol en algunas épocas del año. El huracán atravesaba su cuenca, pero sin fijarse nunca. No existían mareas.

Lo conocía más que a todos aquellos que desde hacía un año giraban en torno de su fortuna, y de todo lo que de él sabía, nada era como para desalentar la confianza y el amor de una joven. ¡Lejos de eso!

Ni un soplo de brisa, ni nada que desdijese de la apacibilidad profunda y soñolienta del ambiente. Caído el pañuelo y recibiendo a plomo el sol en la mollera, miraba Amparo con gran interés el espectáculo que el paseo presentaba. Señoras y caballeros giraban en el corto trecho de las Filas, a paso lento y acompasado, guardando escrupulosamente la derecha.

Algo extraordinario distrajo a Febrer de estos pensamientos. Seguían sonando la flauta, el tamboril y las castañolas, saltaban los danzarines, giraban las atlotas, pero en los ojos de todos brillaba una mirada de alarma inteligente, una expresión de solidaridad defensiva. Los viejos cesaban en su conversación, mirando hacia la parte que ocupaban las mujeres. «¿Qué es? ¿qué esEl Capellanet corría por entre las parejas, hablando al oído de los bailarines.

Al marchar solo, sin el resguardo proporcionado por el cuerpo de la mula, se vió envuelto en las trombas que giraban sobre la desolada inmensidad, levantando columnas de una arena cortante, polvo de rocas. Repetidas veces tuvo que tenderse, no pudiendo resistir el empuje de los torbellinos.