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Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. Oiga su mercé, padre: Marchamalo no hay más que uno; esto es la flor del campo de Jerez.

Luego, dos personas abandonaron una mesa, corriendo hacia el automóvil, que se detuvo instantáneamente. Eran Nélida y su hermano. Sonrió ella a Fernando, como si nada hubiese ocurrido entre los dos, acariciándole con sus ojos. El hermano experimentó una rápida simpatía por Ojeda a verle en automóvil, y sonrió igualmente, alabando el buen aspecto del vehículo.

«¡Adiós, Karl!...» La mano de Ojeda había acariciado al niño, y éste movió la cabeza, considerándolo un instante con la expresión del que recuerda de pronto a una persona olvidada. Luego se alejó de él sin un saludo, sin una sonrisa, con el enfurruñamiento de su gravedad precoz. Miraba Isidro la ciudad, alabando su hermoso aspecto. Ya estamos en nuestra América, Ojeda.

Al cabo de tantas y tan gloriosas obras escritas con ejemplar actividad en su ya dilatada existencia, el poeta se hallaba en la pobreza, según nos lo muestran las constantes peticiones al Duque de Sessa que encontramos en sus cartas. En la segunda mitad de 1629 terminó Lope su Laurel de Apolo, poema en que va juzgando y alabando las obras de buen número de poetas contemporáneos.

Vagaban hasta las doce por las inmediaciones del mercado, deteniendo a las criadas, aturdiéndolas con su charla, alabando sus caras de ángel, aunque fuesen de horrible fealdad, lamentando con extremos grotescos de desesperación las desgracias de sus amores y que no se cuidasen de conjurar la mala suerte acudiendo a la experiencia gitana.

Alcanzaron la carretera y rodó el armatoste sobre una superficie más igual. Nucha reanudó el diálogo preguntando a su marido pormenores relativos a los Pazos, conversación a que él se prestaba gustoso, ponderando hiperbólicamente la hermosura y salubridad del país, encareciendo la antigüedad del caserón y alabando la vida cómoda e independiente que allí se hacía.

Preguntome qué especie de vida hacía yo, y si estaba contento con ella. Por mi parte pronto hube despachado: a lo primero le contesté: Soy periodista; paso la mayor parte del tiempo, como todo escritor público, en escribir lo que no pienso y en hacer creer a los demás lo que no creo. ¡Cómo sólo se puede escribir alabando!

46 Y perseverando unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos.

El gitanillo gemía «sus pesares y sus penas» con ese sentimentalismo falso de la canción popular, añadiendo que «al escucharle un pájaro, se le habían caído de sentimiento las plumas a millares»; y la vieja y su gente le jaleaban, alabando su gracia con tanto entusiasmo como si se alabasen ellos mismos.

Y más tranquilo ya, examinó los retratos, alabando a algunos de aquellos señores, que, por sus grandes barbas de plata y sus frentes serenas, tenían, según él, caras de santo. Cuando Maltrana terminó de clavar unas perchas en el dormitorio y dio por definitivamente colocados todos los muebles, comenzaba a anochecer. Había que pensar en la cena y en la luz.