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Esto es un decir añadía excusándose . Buenas personas las hay en todas partes. Vostra mercé es una de ellas. Pero volviendo al capitán Riquer... Era patrón de un jabeque armado en corso, el San Antonio, tripulado por ibicencos, en continua guerra con las galeotas de los moros argelinos y los navíos de Inglaterra, enemiga de España. El nombre de Riquer lo conocían en todo el Mediterráneo.

El viejo, apoyado en ellos, hablaba de la primavera, cuando bajaban las yeguas de la dehesa y entraban en la cuadra con la cola recogida sobre el lomo para evitar entorpecimientos, y el yegüerizo mayor se arriesgaba bajo las patas amenazantes, encauzando la fecundación. Aquí tiene su mercé decía el viejo a toos los buenos mozos que fabrican los potrancos y las mulillas de Matanzuela.

En esto llegó Catana, con su cabeza gris, su color cetrino, sus ojos negros y bravíos, su sempiterno vestido de indiana muy floreado, y su pañolón negro, de seda, con los picos anudados atrás. ¿Qué manda zu mercé? preguntó desde la puerta. ¿Qué has visto la preguntó a ella su amo , de tantísimo como hay que ver desde esta casa? , zeñó. ¡Cómo que nada?

Y yo, que había jugao contigo de pequeñuelo, creí que eras otra, que te habían cambiao de pronto; y sentí algo en la espalda, como si me arañasen con una navaja; y miré al buen Señor de las Espinas con envidia, porque cantabas para él como un pájaro y para él eran tus ojos; y me fartó poco pa dicile: «Señó, sea su mercé misericordioso con los pobres y déjeme un rato su puesto en la cruz.

Sobre que ese Pepe Vera nació de pie dijo uno de sus compañeros. ¡Tiene más suerte que quiere! Como que hoy por hoy, no la cambio por un imperio repuso el torero. ¿Pero qué dice a eso el marido? preguntó un picador, que contaba más años que todos los demás de la cuadrilla. ¿El marido? respondió el torero . No conozco a su mercé sino para servirlo. Pepe Vera no se las aviene sino con toros bravos.

Esto es lo que le hacía permanecer en su asiento, defendiéndose con debilidad de una hembra, a la que podía repeler con sólo el impulso de una de sus manazas. Por fin, tuvo que hablar: ¡Déjeme su mercé, señorita!... ¡Doña Lola... que no pué ser!

Su mercé, que sabe tanto, vea de conquistar a la guardia civil, tráigasela a su idea, y cuando se presente al frente de los tricornios, pierda cuidao, que todos le seguiremos. El viejo llenó un vaso de vino y se lo presentó a Salvatierra. Beba su mercé, y no se haga mala sangre queriendo arreglar lo que no tiene arreglo. En el mundo no hay de verdá más que eso.

Los viejos continuó aquel filósofo rústico aún le tenemos cierto aquel a su mercé y a los de su época. Sabemos que no se han hecho ricos con sus sermones como muchos otros: sabemos que han padecío y se las han tragao de muy duras... Pero mire su mercé a los chavales. Y señalaba a los que se habían quedado sentados sin aproximarse a Salvatierra; todos jóvenes.

Me parece, señora serrana, que aquí no hay negruras que maten ni asusten a ciertos corazoncitos temerosos y delicados... Bien claro, abierto, luminoso y variado es por donde quiera que se mire todo ello... Vamos, diga usted que o que no, como Cristo nos enseña. ¿E de zu mercé la vega tamién? preguntó Catana a su amo, en lugar de responderle.

El asunto de aquella noche parecía olvidado. No temía que le persiguiesen, pero estaba resuelto a no volver a su antigua vida. Con una basta, padrino; tenía su mercé razón. Ni esta es manera de ganarse honradamente el pan, ni hay jembra que apechugue con un mozo que por más dinero que traiga a casa puede morir de mala muerte.