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Actualizado: 22 de junio de 2025


La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más recientes.

Los franceses vencieron en Argelia, y los ingleses en el Transvaal y los americanos en Filipinas, porque tanto los argelinos, como los boers y los tagalos aceptaban con frecuencia las batallas, y en no pocos casos hasta se atrevían á provocarlas.

Los Febrer habían peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos, griegos y argelinos, habían escoltado sus flotas por los mares del Norte para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada del Bosforo, sus galeras habían abordado a las de Genova, que monopolizaban el comercio de Bizancio.

En su proa y en su popa tenía sendas bombardas, y tres falconetes en cada costado. Estrecho era el barco de babor a estribor, y la longitud de su eslora hacía que hendiese rápidamente las olas a impulso de los treinta remos que llevaba en cada banda. Lorenzo Fréitas no dudó ni un instante de que aquella nave era de corsarios argelinos.

Para dar a comprender cuán vehemente era su deseo, basta decir que osaba contrariar, aunque evitando toda disputa, la firme voluntad de; y debo advertir, para que se tenga idea de la obstinación de mi amo, que éste no tenía miedo a los ingleses, ni a los franceses, ni a los argelinos, ni a los salvajes del estrecho de Magallanes, ni al mar irritado, ni a los monstruos acuáticos, ni a la ruidosa tempestad, ni al cielo, ni a la tierra: no tenía miedo a cosa alguna creada por Dios, más que a su bendita mujer.

Desfilaba toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la República: el azul horizonte de las tropas continentales, el color mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de cuartel amarilla de la Legión Extranjera, el fez rojo de los argelinos y de los tiradores negros. Nadie estaba entero.

Junto á los trasatlánticos enormes balanceaban sus vergas las vetustas tartanas y algunos barcos griegos, pesados y de formas arcaicas, que hacían recordar las flotas descritas en la Ilíada. En sus muelles circulaban todos los hombres mediterráneos: helenos del continente y de las islas; levantinos de la costa de Asia; españoles, italianos, argelinos, marroquíes, egipcios.

A la Real salvó, y voló con sus galeras a socorrer a Andrea Doria, y socorrido éste, a poco rescataba la capitana de Malta y hacía huir aterrado con sus argelinos, y ponerse fuera de combate, al formidable Aluch-Alí. Todo era proezas y hazañas, todo estrago y muerte.

Su padre había visto estos grandes sucesos: iba de paje en el jabeque de Riquer. Luego había caído cautivo de los argelinos, siendo de los últimos esclavos, antes de que llegasen los franceses a Argel. Allí se vio en peligro de muerte un día que los diezmaron a todos por el asesinato de un moro perverso, cuyo cadáver apareció embutido en una letrina.

Y tal vez, por último, el autor hubiera arreglado el negocio de manera que Pepita y su vacilante admirador hubieran tenido que hacer un viaje por mar, y aunque ahora no hay piratas o corsarios argelinos, no es difícil inventar un buen naufragio, en el cual don Luis hubiera salvado a Pepita, arribando a una isla desierta o a otro lugar poético y apartado.

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