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Por este tiempo la naturaleza de Lola sostenía una terrible crisis, luchando con la pobreza de su constitución. Lola era el melancólico lirio que poco á poco doblega su esbelto talle.

En su habitación el equipaje en desorden y su viejo sirviente ocupado con los últimos preparativos; en el comedor los hijos de Lola, que no querían acostarse sin despedirse de él. «Tío, tráenos un loro... Tío, una mona... Cuando vuelvas, acuérdate, tío, de traer un negrito...» Y su hermana, que había tomado un aire protector con la emoción de la partida, le sermoneaba maternalmente.

Sarrió vive en una casa vieja, espaciosa, soleada, con un huerto, con una ancha acequia que pasa por el patio en un raudal de agua transparente. Sarrió tiene una mujer gruesa y tres hijas esbeltas, pálidas, de cabellera espléndida: Pepita, Lola, Carmen. Tres muchachas vestidas de negro que pajarean por la casa ligeras y alegres.

Su madre le enviaba todos los meses una cantidad tres o cuatro veces superior al sueldo que él percibía. Su hermana Lola, a pesar de que veía en él un conjunto de todas las gallardías y seducciones varoniles, protestaba contra las maternales larguezas.

Para dar más realce a esta cualidad ponía cara de idiota. Castro asentía a todo, tanto por lisonjearla como por la mala voluntad que tenía a Clementina. No sentía interés por Lola, pero a raíz de su ruptura con aquélla se había consolado un poco festejándola: aunque en ello había tenido no poca parte el deseo de no aparecer derrotado a los ojos del mundo.

A pesar del aplomo de buen género que creía Josefinita poseer, se vieron a la claridad del gas sus ojos preñados de lágrimas de orgullo y su tez encendida, como si la abofeteasen. Dijo un seco «adiós» a Clara y Lola; a Baltasar y a doña Dolores ni palabra.

Ya están ahí esas holgazanas dijo ásperamente doña Dolores . Anda, Lola añadió dirigiéndose a su hija mayor : dile a Juana que las eche del portal, que lo ensuciarán. Mamá... ¡lloviendo tanto! suplicó Lola . ¡Parece no qué decirles que se vayan! ¡Se pondrán como sopas! ¿No oye usted que el cielo se hunde?

Cuando Pepe quiso contestar, la dama ya se había alejado con pie rápido. Quedó unos instantes inmóvil y pensativo. Luego, a paso lento, balanceándose, comenzó a dar la vuelta a los salones, deteniéndose ante las mujeres hermosas, examinándolas con mirada impertinente, como un bajá en el mercado de esclavas. Lola Madariaga se había apoderado de Raimundo.

Al cabo de un rato, cuando ya me disponía a dejar la silla para dar algunas vueltas, exclamar a Luisa: ¡Calla... calla... me parece que ahí viene Lola! Asunción se estremeció la cabeza vivamente. , , es ella, continuó Luisa.

Pone iniciales no más agregó Lola ; pero es claro como la luz.... Y dice, por más señas: «ce digne petit fils du Comte d'Almaviva se ruine en fleurs...» Un coro de risas sofocadas brotó del círculo. Lola sabía decir las cosas con cierto ceceo y cierto parpadeo, que las mejoraba en tercio y quinto. ¿Y ella, qué tal, se ablanda? preguntó Pilar.