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El entendimiento se ve precisado á decirse de continuo á propio: «no es esto la idea de causalidad; esto es una imágen, una comparacion, una expresion» defendiéndose sin casar de ilusiones que le harian confundir lo particular con lo universal, lo contingente con lo necesario, la apariencia con la realidad.

Maltrana, al recordar su pasado, preguntábase muchas veces cómo habían vivido sus padres. Los había visto reír volviendo de las comidas del domingo, con una alegría extraordinaria, pugnando él por cogerla del talle al envolverles la sombra del crepúsculo, defendiéndose ella, escandalizada por estar en medio de un camino.

Mauricio tuvo tal acceso de alegría, que saltó al cuello de Fortunato, pero éste dijo sonriendo y defendiéndose mal del apretón: ¡No es á mi á quien debes abrazar, majadero! Y les impulsó el uno hacia el otro. Por primera vez Mauricio, cogiendo á Herminia en los brazos, la estrechó contra su corazón y desfloró con sus labios aquella rubia cabellera.

Esto es lo que le hacía permanecer en su asiento, defendiéndose con debilidad de una hembra, a la que podía repeler con sólo el impulso de una de sus manazas. Por fin, tuvo que hablar: ¡Déjeme su mercé, señorita!... ¡Doña Lola... que no pué ser!

Se le persigue luego en un monte, en donde se ha refugiado, defendiéndose en él con sus amigos contra los agentes de la justicia. Por último, le alcanza un tiro de fusil, es hecho prisionero y se le da al cabo libertad, terminando de este modo la primera parte de las hazañas de Luis Pérez el Gallego. La parte segunda, que existe, no es de Calderón. El sitio de Breda.

Estos tres caballeros defendiéndose valerosisamente ganaron una Iglesia, y apretándoles mucho en ella, se hubieron de retirar á una torre de ella, peleando con tanta desesperacion desde lo alto que no fué posible, por masque se procuró, matarles ni rendirles.

Pero ya misia Casilda había cogido la lámpara, y dijo que iría al cuarto, a ver... Quizá, el joven había vuelto y no lo sabían; la señora delante, alumbrando, don Pablo detrás, y la india de escolta, subieron la escalerilla, defendiéndose del viento huracanado, que quería matar la luz.

De las que tomaron el largo, las de Scipión Doria, de Antonio Maldonado y tres de Florencia, escaparon por pies, defendiéndose; Flaminio de Anguillara, General de las del Papa, resistió peleando bizarramente con tres enemigas; D. Sancho de Leyva reunió cuatro de su escuadra, con las que hizo inútil, pero honrosa resistencia.

Y la caza fue larga; los negros les tiraban lanzas y azagayas y flechas: los europeos escondidos en los yerbales, les disparaban de cerca los fusiles: las hembras huían, despedazando los cañaverales como si fueran yerbas de hilo: los elefantes huían de espaldas, defendiéndose con los colmillos cuando les venía encima un cazador.

La bala le había penetrado por los riñones. El excusador, dominando su espanto, se apresuró a prestarle los auxilios espirituales. Sólo tardó tres horas en expirar. El suceso se comentó mucho y de muy diverso modo en el pueblo. Algunos aprobaban la conducta del cura. Estaba en su derecho defendiéndose de un facineroso que Dios sabe lo que haría con él después de robarle.