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Actualizado: 14 de junio de 2025
Su mirada se iba tornando de maliciosa en lúbrica. Una sonrisa vaga, delatando el cansancio y el vicio, se esparcía por sus facciones marchitas. El taconeo llegó a su período culminante, y de allí a debilitarse, hasta morir en suave, imperceptible agitación de los muslos. La bailaora, en términos técnicos, se quedaba dormía, con íntimo gozo de los espectadores, que la jaleaban vivamente.
Al pasar cerca de mí, me puso el sombrero y dijo sordamente: Grasia, senificante. Volvió de nuevo al centro del corro, y volvieron los movimientos a pie firme. Lola y la Serrana seguían cantando nuevas coplas, todas referentes a toreros más o menos difuntos. Los barbianes jaleaban a la bailaora, prodigándole mil epítetos extravagantes.
El gitanillo gemía «sus pesares y sus penas» con ese sentimentalismo falso de la canción popular, añadiendo que «al escucharle un pájaro, se le habían caído de sentimiento las plumas a millares»; y la vieja y su gente le jaleaban, alabando su gracia con tanto entusiasmo como si se alabasen ellos mismos.
Los concurrentes jaleaban á Paca, que desde el columpio dejaba oir su voz celebrada. Todas las conversaciones quedaron en suspenso. El grito dulce y poderoso á la vez de la gentil cantaora los había reunido presto á todos en torno del columpio. Mas apenas cesó el canto tornáronse á sus respectivos sitios.
Palabra del Dia
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