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Actualizado: 27 de junio de 2025
El guitarrista preludió un tango. La cantaora iba á modular la copla cuando Soledad exclamó con violencia: ¡Yo no bailo más que sobre la mesa! ¡Quitarme todo eso de encima! Veinte manos se apresuraron á cumplir la orden, separando la vajilla y los manjares que aún quedaban.
¡Ole por el padrino! gritaron los compadres con entusiasmo. Y entre el furioso palmoteo de todos la novia y el padrino chasquearon los palillos y empezaron á moverse acompasadamente uno frente á otro. La cantaora, con voz penetrante, cantó: «Á la señora novia sacadla á bailar, para que se despida de su mocedad.» ¡Bueno va! ¡Oblíguela usted, padrino! ¡Vivan las novias saladas!
Así es que, cuando María tomó la guitarra y se puso a cantar: Si me pierdo, que me busquen al lado del Mediodía, Donde nacen las morenas, y donde la sal se cría, la admiración se convirtió en entusiasmo. La gente joven llevaba el compás con palmadas, repitiendo bien, bien, como para animar a la cantaora.
El triunfo que obtuvo María al estrenarse en aquella nueva liza, sobrepujó al que había logrado en Sevilla. No parecía sino que se habían renovado los días de Orfeo y de Anfión y las maravillas de la lira de los tiempos mitológicos. Stein estaba confuso. El duque, embriagado. Pepe Vera dijo un día a la cantaora: «¡Caramba, María, te palmotean que ni que hubieses matado un toro de siete años!»
Aquel rasgo gracioso de modestia levantó gran alborozo. ¡Ole por las mujeres simpáticas! ¡Todo el mundo á quererla! ¡La pura arropía!... Y sonaban las palmas, y chocaban los vasos y gritaban como energúmenos jaleando á la cantaora. Pero aquel entusiasmo se enfrió momentáneamente porque, Antonio, con uno de sus descompasados ademanes, echó á rodar una caña y la quebró.
Las conversaciones se habían suspendido. La gente se había acercado al columpio y formaba círculo en torno para jalear á la simpática cantaora. En aquel instante Manolo Uceda, á quien el chico de la tienda de Velázquez había dicho dónde estaban sus amos, apareció en la puerta del patio y quedó inmóvil contemplando la escena.
¡Venga de ahí, Moñotieso! gritó el señorito. Y la cantaora rompió en una soleá, con una voz aguda y poderosa, que después de hincharla el cuello como si éste fuera a reventarse, atronaba la sala y ponía en conmoción a todo el cortijo.
El guitarrista y la cantaora que habían traído consigo no daban paz á los cantos de la tierra, malagueñas, seguidillas, polos, soleares, aunque sólo tres ó cuatro más filarmónicos los escuchasen en silencio. Pepe de Chiclana tuvo una idea feliz. ¡Que bailen los novios! gritó. Este grito halló eco en seguida entre los invitados. Eso está bien dicho. ¡Que bailen!
Ninguno se había perdido en el viaje; todos estaban: la Moñotieso, famosa cantaora, y su hermana; su señor padre, un veterano del baile clásico que había hecho tronar bajo sus tacones los tablados de todos los cafés cantantes de España; tres protegidos de Luis, graves y cejijuntos, con la mano en la cadera y los ojos entornados, como si no osaran mirarse por no infundirse espanto, y un hombre carilleno, con sotobarba sacerdotal y unos tufos de pelo pegados a las orejas, guardando bajo el brazo una guitarra.
Los concurrentes jaleaban á Paca, que desde el columpio dejaba oir su voz celebrada. Todas las conversaciones quedaron en suspenso. El grito dulce y poderoso á la vez de la gentil cantaora los había reunido presto á todos en torno del columpio. Mas apenas cesó el canto tornáronse á sus respectivos sitios.
Palabra del Dia
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