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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Una de ellas era la de un magistrado andaluz, que tenía dos hijas como dos acuarelas de pandereta; el padre era unas castañuelas de la sala de lo civil, y sus retoños, sin madre, se pasaban la vida, inocentes en el fondo, jaleando la alegría de su papá. Se aburrían mucho en aquel pueblo sucio, frío, húmedo, y vieron el cielo abierto con la amistad de Emma y compañía.

Aquel rasgo gracioso de modestia levantó gran alborozo. ¡Ole por las mujeres simpáticas! ¡Todo el mundo á quererla! ¡La pura arropía!... Y sonaban las palmas, y chocaban los vasos y gritaban como energúmenos jaleando á la cantaora. Pero aquel entusiasmo se enfrió momentáneamente porque, Antonio, con uno de sus descompasados ademanes, echó á rodar una caña y la quebró.

Todos palmeteaban y chillaban jaleando á los bailadores. Algunos tomaron puñados de almendras de la mesa y las arrojaron al aire, cayendo como una nube sobre ellos. La novia se fatigó antes que el padrino. Esto causó gran regocijo. El viejo fué felicitado con entusiasmo. Pepa, jadeante, dijo: Que baile ahora Soledad para quitarles á ustedes el amargor de la boca.

El rasgueo lejano de la guitarra y las voces que cortaban su ritmo, jaleando el taconeo de una bailaora, parecían acompañar la caída de las lágrimas del mocetón. Pero, vamos a ver exclamó Fermín con impaciencia. ¿Qué es todo eso? Habla, y cesa de llorar, que pareces una beata en la procesión del Santo Entierro. ¿Qué te pasa con Mariquita?...

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