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Actualizado: 10 de julio de 2025
Los falconetes ó versos fijos en la borda que equivalían á las piezas actuales de tiro rápido, eran de hierro batido, como las lombardas; se fabricaban de la misma manera, diferenciándose en el calibre menor; en que lanzaban proyectiles formados con dado de hierro revestido de plomo y en que no teniendo cureña, pues giraban verticalmente sobre muñones y horizontalmente sobre horquilla acabada en pinzote, tenían en la parte posterior un bastidor ó marco para afianzar con cuña el servidor, y una rabera con que lo manejaba el lombardero.
Anochecía, y las breves horas de aquel día de diciembre, que no alumbraban los vivos colores de la puesta del sol, terminaban rápidamente. La temperatura era fría por demás y en el aire giraban densos copos de nieve.
Dilatábase su boca buscando aire, a pesar de que todas las ventanas estaban abiertas y los ventiladores giraban vertiginosamente. «¡Qué calor!...» El ansia de frescura la hacía vaciar la copa que tenía delante, ligeramente empañada por el vino helado. Sonreía mirando a Fernando con unos ojos acariciadores, que éste creía ver por vez primera. Déme osté una sigarreta.
Cuando leía en algún periódico eso del aire corrompido de nuestra política, creía que se trataba de una frase. Ahora lo respiro materialmente y me doy cuenta de que es mefítico. A veces huele como a ajos. Ese olor es la democracia. Es la esencia misma del régimen parlamentario. No hable usted mal de él... Los ventiladores giraban a toda velocidad; pero inútilmente.
En las tardes calurosas de la Línea, le bastaba dar una orden para sacudir la embrutecida modorra de las cosas y los seres. «Que suba la música y que sirvan refrescos.» Y á los pocos minutos giraban las parejas á lo largo de la cubierta, sonreían las bocas, se iluminaba en los ojos un punto brillante de ilusión y de deseo. A sus espaldas sonaba el elogio.
La música, apelotonada en un extremo del comedor, había cambiado de ritmo, y las parejas, así como iban entrando, giraban enlazadas siguiendo las caricias de un vals. Instintivamente se recogió Maud la cola del vestido, apoyó Ojeda un brazo en su talle, y experimentaron cierta sorpresa al verse entre los danzarines demasiado numerosos, que chocaban con rudos encuentros de codos y de grupas.
Todo fluctuaba ante sus ojos, y el río, la montaña y la temprana aurora giraban a su alrededor con velocidad vertiginosa. Entonces los cerró, concentrándose en sí mismo para recobrar la conciencia que empezaba a vacilar. En aquel breve intervalo, por algún fantástico procedimiento mental, el cuartito de Bar Sansón y el grupo del padre e hijo dormidos, apareció a su vista.
Palabra del Dia
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