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El que no quiere puede ser colocado tan sin escape y tan entre la espada y la pared, que sin contar con la menor probabilidad de triunfo y sólo para salvar su decoro y probar que cede a irresistible fuerza, acepta o declara la guerra, aunque esté persuadido de que va a ser derrotado.

El príncipe Don Sancho, cuyo carácter violento lo arrastra hasta á amenazar al Rey, se declara en favor de Don Diego. El poeta nos ofrece después á Ximena en conversación con su confidenta; descúbrele que, á pesar de las prescripciones del honor, aún no se ha extinguido el amor que profesaba al matador de su padre.

Sea por lo que sea, explíquelo él como quiera explicarlo, es lo cierto que nada me dijo de que me amaba cuando vivíamos juntos, y ahora, que no me ve hace tres años, me declara su amor y quiere casarse conmigo. ¿En qué consiste estoInés no responde a tales preguntas. No resuelve ninguna de las dudas que la asaltan.

Me ha costado mucho dolor, muchas horas de insomnio, muchas lágrimas separarme de ellas. Déjeme usted que a cambio de tantas lágrimas me ría ahora un poco. De modo dijo el sacerdote con mal reprimida agitación que, olvidando por entero las creencias que usted mamó, la santa religión de sus padres, se declara usted enemigo de Dios...

No se respira con el pecho, declara con su voz del Profeta, un poco enronquecida; se respira con el vientre. Por su procedimiento ha cambiado ya numerosos barítonos en bajos y no escasos tenores en barítonos, sin contar los que ha dejado afónicos. Pero él continúa imperturbable su degollina vocal.

Y si alguien manifiesta sorpresa al verlo, don Juan declara que, no pudiendo hallar imagen auténtica del Dios omnipotente, y pareciéndole un poco tristes los crucifijos, ha colocado en su lugar aquella representación del amor, que es delicia y mantenimiento del mundo.

Schlegel, por su parte, según él mismo declara, sólo tenía noticia muy imperfecta de las comedias de Lope de Vega, y ninguna de las de Tirso de Molina, Alarcón, Guevara y otros muchos.

17 El que habla verdad, declara justicia; mas el testigo mentiroso, engaño. 21 Ninguna iniquidad alcanzará al justo; mas los impíos serán llenos de mal. 22 Los labios mentirosos son abominación al SE

Al fin del siglo XVIII, el moralista Sebastián Mercier declara que «en todas las casas burguesas de París se encuentran cuatro jóvenes casaderas por una casada

Don Enrique viene con los poderes necesarios para cumplir la voluntad del soberano; pero Don Fernando, en vez de sentir alegría por su libertad, declara en un fogoso discurso, de la más sublime inspiración, que prefiere morir en su ignominioso cautiverio á sufrir que pase á poder de los infieles una ciudad cristiana.