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Actualizado: 2 de junio de 2025
Si vas a confesarme la verdad, no me la digas, no; prefiero quedarme con la sospecha. Enronquecida y sin fuerzas, dejóse caer en el sillón más próximo, que crujió bajo el enorme peso; temía ahora tanto de que Esteven hablara, como antes deseaba que rompiera el sospechoso silencio. Don Bernardino preguntó: ¿Sabes quién es el hombre que acaba de salir de aquí? Como no me lo digas...
En una de las calles céntricas se puso al fin a cantar el primer pedazo de ópera que acudió a sus labios: la voz salía débil y enronquecida de la garganta; nadie se acercaba a él ni siquiera por curiosidad. «Vamos a otra parte,» se dijo, y bajó por la Carrera de San Jerónimo, caminando torpemente sobre la nieve, cubierto ya de un blanco cendal y con los pies chapoteando agua.
Porque se ha visto obligado replicó enronquecida. No pudo evitarlo. Y si se hubiera negado... si se hubiera negado a dejarla en las manos de semejante persona... ¿qué habría sucedido entonces? Su ruina hubiese sido inevitable contestó. Todo lo sospeché en el momento que supe que un hombre misterioso y desconocido había sido designado secretario y administrador de todos mis asuntos.
Navegó entre rugientes tempestades por el océano; paseó entre naranjos por las playas de Levante; subió las escaleras de los palacios y se sentó en la mesa de los poderosos; bajó á las cabañas de los pobres y compartió su pan amasado con lágrimas; se estremeció de amor por las noches bajo la reja andaluza; elevó plegarias al Altísimo en el silencio de los claustros; cantó enronquecida y frenética en las zambras.
Mi sargento le dijo con voz enronquecida , ¿usted es del sexto ligero? Del mismo, ciudadano replicó el otro volviéndose en medio de la sala. ¿No conoce usted a uno que se llama Gaspar Lefèvre? ¡Gaspar Lefèvre!, de la segunda del primero; ¡demonio, vaya si le conozco!
¡Entra, tonto! ordenó imperiosamente con voz enronquecida al notar su vacilación .
Estas señoritas saben muy bien que las cosas no se realizan nunca como y cuando queremos. Si yo les dijese ahora una época y resultase otra, pensarían que había tratado de burlarme de ellas. Apesar de los esfuerzos que hacía por sonreír, el semblante del conde reflejaba tristeza infinita. Su voz salía apagada y enronquecida. ¡No, no! ¡Nada de eso! exclamó riendo Jovita.
He crecido sabiendo con qué punzadas y retortijones avisa el estómago el dolor de su vacío... He sufrido privaciones y vergüenzas, hasta que un día... Calló un momento. Temblaba su voz, súbitamente enronquecida. Se llevó una mano a los ojos como si le molestase la luz. Un día, cuando fui hombre, una infeliz me escuchó: una compañera de miseria, ansiosa de ideal a su modo.
Si tú no quieres insistió ella con enfurruñamiento , si te niegas a acompañarme, huiré sola. No te necesito: empiezo a conocerte. Un egoísta... como todos. Exaltándose con sus propias palabras, le miró hostilmente y aproximó su rostro a él, como si le costase trabajo emitir la voz, enronquecida de pronto. No me quieres. No me has querido nunca.
El conde la detuvo con un gesto. Espera. Amalia permaneció inmóvil, con la mano en el marco de la puerta, clavándole una mirada penetrante. El conde siguió paseando todavía algunos momentos sin hacer caso de ella. Está bien dijo con voz enronquecida, parándose; no se efectuará el matrimonio. Tú me dirás lo que debo hacer. Su rostro demudado revelaba la calma de la desesperación.
Palabra del Dia
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