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Una mañana, después de haber tenido Román una de esas cotidianas zambras de moros y cristianos, gutibambas y muziferreras, se dijo: Pues, señor, esto no puede durar más tiempo, que penas más negras que las que paso con mi costilla no me ha de deparar su Divina Majestad en el otro mundo. Bien dijo el que dijo que si el mar se casase había de perder su braveza, y embobalicarse.

No alhambras, no coronas quiero; no ansío ni por esclavos ni por tesoros; no anhelo por las fiestas ni por las zambras; quietud quiero, mi hogar me basta, los bienes de mis padres me sobran en parte; y puesto que mi dicha me ha dado una en una religión santa, en ella quiero morir a trueque de los mayores bienes, ya que bienes queréis llamar a los que, si se consiguen, han de comprarse en tantos duelos, fuerzas, lágrimas, hogueras y muertes.

Mirad dijo ésta , ¡oh, reverenda justicia!, dónde están mis endotrinadas; huyen mi enseñanza saludable, y se entregan a sus zambras, y no advierten en traer con ellas a la prudencia y virtud personificadas en una dueña; los luengos mantos espantan a los almaizares y alcandoras; vigilancia, alerta, reverenda justicia.

»Los bárbaros de las regiones del hielo se estremecen de placer en sus pellizas esperando que un pontífice romano ponga en la diestra de Károloh el globo de Constantino; pero las hermosas hijas del Yemen celebran con las zambras y cantares de sus alméas las victorias de los hijos de Ismael, que por la virtud del Koran se abren las puertas del Oriente y del Occidente.

Navegó entre rugientes tempestades por el océano; paseó entre naranjos por las playas de Levante; subió las escaleras de los palacios y se sentó en la mesa de los poderosos; bajó á las cabañas de los pobres y compartió su pan amasado con lágrimas; se estremeció de amor por las noches bajo la reja andaluza; elevó plegarias al Altísimo en el silencio de los claustros; cantó enronquecida y frenética en las zambras.

La casa, hasta entónces triste, de Jucef ardió en saraos, en zambras y en regocijos, y entre el giro acompasado de indolentes bayaderas, resonó sentido y largo, como el suspiro del viento de la palma en el penacho, al compás de guzlas de oro, el melancólico canto del desierto, que suspira el beduino cansado, que sigue á la caravana en sus amores soñando.

Por un lado combaten caballeros enemigos en magníficos torneos y zambras; disputan vergonzosamente entre padre é hijo en los salones encantados de la Alhambra y del Generalife; ocurre la sangrienta catástrofe de la sala de los Abencerrajes, el asesinato de Moraima, y aquella lid, en que la bravura española defendió el honor de la calumniada reina de los moros contra los traidores Zegríes; y por otro observamos el enérgico sentimiento religioso, que se refleja en las aventuras del gran maestre de Calatrava, de Hernán Pérez del Pulgar y tantos otros caballeros cristianos.

Pasaron, y con ellos tus zambras, tus cantares, tus damas, escondidas en el celoso haren, de encantos y proezas tus cuentos singulares, tus amorosas pláticas en rejas y alfeizares, y en la callada noche los sueños de tu eden.

Algunos entendieron que, en tiempo de moros, sirvió también deste ministerio esta casa, donde acudían á sus zambras; pero lo cierto es que estas gentes, aunque faltas de fe, no fué tan perdida y mal gobernada, que consintiesen en sus repúblicas este género de representaciones, que no sirven de otra cosa sino de gastar las haciendas, corromper las buenas costumbres, perder el tiempo, introducir nuevos trajes, afeminar los hombres, dar libertad á las mujeres, y lición á todos para desenvolturas y liviandades

Los Masamudes, los Aliatares, los Benegas y otros muchos caballeros de las familias nobles, disponían cuadrillas, cañas y torneos; las damas, parientas de la futura Sultana, trazaban en sus cármenes y jardines los festejos y zambras con que habían de celebrar tan venturoso enlace, y los mercaderes de joyas, telas, esencias y otros objetos preciosos se encontraban en todas partes, y en todas partes eran echados de menos, pues tanta era la viva curiosidad por ver, y ansia por comprar y apoderarse a todo precio de tanta preciosidad, propias del lujo oriental y del fausto que en aquella época ostentaba la árabe corte de Granada.