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A pesar de su poderío, comodidad y bienestar, si bien Fausto impide que entren a visitarle en su palacio la Deuda, la Necesidad y la Miseria, no impide que el Cuidado entre y le aflija y le consuma. En medio de sus proyectos benéficos de hacer la dicha de los hombres, de crear un pueblo libre, industrioso y lleno de virtudes, Fausto muere. La alegoría no puede ser más clara.

Una semana después la hija de Körner cantaba al piano una sentimental canción, un lieder titulado Vergiesmeinicht, «no me olvides», que no era el de Goëthe, sino mucho más meloso; y al dedicárselo, con la mirada expresiva y los gestos lánguidos, al administrador de las plateadas patillas, le dejaba para siempre rendido a sus encantos y le hacía copartícipe de aquellos sentimientos de sensucht, que él, Nepomuceno, no sospechaba que existieran. Por aquellos días tuvo D. Juan ocasión de enterarse de quién era Fausto, y del pacto que había hecho con el demonio; y adquirió la noción de Margarita, rubia, pobremente vestida, con los ojos humillados y con un cántaro debajo del brazo, camino de la fuente. Margarita era su Marta, aquella señorita tan gruesa, tan blanca, tan fina de cutis y tan espiritual, que le había revelado en pocas horas un mundo nuevo: el de los amores reconcentrados y poéticos.

Dice el P. Fausto de Cuevas en su gramatica ibanag que, «antepuesta á los nombres propios de provincias, reinos y pueblos, forma nombres patricios: v.g. Ilal-loc, hombre de Lal-loc; I españa, hombre de España». Este mismo nombre Ibanag, quiere decir «habitante de Banagque es el nombre del rio llamado Grande de Kagayan.

Dijeron, , que era más apto para lucir en los salones de la corte el fausto de su arrogancia, que para dirigir en campaña una hueste.

¿Le gusta á V.? me dijo mi excelente amigo Pardo Pimentel, comerciante radicado hacía años en Lucban, viendo la profunda atención con que escuchaba una melodía del Fausto, tocada al piano por la mestiza. No qué decir á V., contesté la estatua es correcta; pero el espíritu que la anima me parece frío cual el mármol. Frío, no; dotado de una potente fuerza de disimulo, .

¿Qué más quieres de ? me dijo algunas veces. Y esta sola pregunta, expresada con acritud, bastó para hacerme desgraciado. ¡Qué estupidez, pensaba en estos momentos tristes, el considerar a la mujer como una criatura ideal! ¡Qué error mirar la riqueza y el fausto como felicidad! Se acercaba el momento de que la Bella Vizcaína tenía que partir.

En la rara teogonía de Goethe, el diablo, no sólo está por bajo de lo sobrenatural, término y mira de las aspiraciones del alma de Fausto, sino también muy por bajo de lo natural, en cuanto lo natural tiene de creador y de divino.

El Fausto vivo y humano, el doctor melancólico, el remozado por la bebida mágica, el amante natural, como son todos los amantes; de la natural, viva y real Margarita, se queda por allá con las Madres, y sólo vuelve su sombra, su idea pura, un símbolo, una alegoría tan diáfana y clara, que más no puede ser.

Todo se lo iba a llevar la trampa. Había que prepararse. Oh, podrían arrojarla de Vetusta, pero ella no se iría sin llevarse medio pueblo entre los dientes». Por eso mordía con aquel furor que asustaba a su hijo. Fermo, el señorito, pensaba a solas, en su despacho de Fausto eclesiástico. «¡Solo, estoy solo, ni mi madre me consuela! ¿Qué he de hacer?

Claro está que por cima de todo ello, hay cierta esencial nobleza, cierta radical excelencia en el alma de Fausto, y tal abundancia de motivos para atenuar humanamente sus pecados, que nos mueven a desear el perdón del Cielo para ellos y a conservar al pecador nuestra simpatía.