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Actualizado: 25 de mayo de 2025
¡Ya me parecía a mí que venían ustedes hoy demasiado contentos!... Con tan fausto motivo hubo juerga, ¿verdad? ¿Cómo juerga? preguntó D. Joaquín con cierta inquietud, temiendo la franqueza militar de su amigo. Sí, una comidita íntima con algunos platos extraordinarios y un par de botellas de burdeos. No fue burdeos replicó D. Joaquín riendo, Fue borgoña. Mejor que mejor.
Cualquier ciudadano pacífico, incluso los poetas líricos, puede pasar un rato agradable viendo desfilar una muchedumbre de Margaritas rubias y morenas con las cuales se pudieran empezar novelas tan amenas, si no tan famosas, como la de Fausto. Además, en el centro del paseo hay un estanquillo. La acera de Recoletos termina en la plaza de Colón.
No penséis en aquella arenilla blanca y dulce a la mirada, que tapiza los cuartos en las aldeas alemanas y flamencas, perfectamente cuidada, el piso en que se marcaba el paso furtivo de Fausto al penetrar en la habitación de Margarita; el piso hollado por los pies de Hermann y Dorotea.
No es el genio del Universo, no es el Espíritu del Macrocosmos el que se aparece a Fausto. El que cede a su evocación y se le aparece es sólo el espíritu de este nuestro pequeño planeta.
Aunque Mefistófeles, gracias a la fantasía del poeta, tiene ser propio y personalidad independiente, todavía, para concebir nosotros mejor su esencia, podemos figurárnosle como un resultado del análisis psicológico del alma de Fausto.
Cuando Fausto le obliga a que él mismo se defina, Mefistófeles se define una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que hace el bien siempre. Mefistófeles quiere destruir, viciar y corromper; mas como sólo puede hacer esto al por menor, concurre al bien general y a la creación entera y continua, muy contra su gusto.
Y sin embargo, ¿en qué consiste que Fausto y Margarita interesen y enamoren tanto á las almas sensibles y hasta á las niñas honradas, que de seguro no harían todas las atrocidades que hizo Margarita de envenenar á su madre y de matar á su hijo? Por hoy no sé en qué consiste esto. Otro día trataré de averiguarlo. Mi amigo D. Miguel Moya me pide que escriba sobre el asunto que el epígrafe declara.
Fausto, con todo el ardor y el ímpetu de su renovada juventud se apasiona de la sencilla y linda muchacha, y quiere lograrla pronto, sin que le arredren obstáculos ni reflexione en malas consecuencias.
Acaso lo haya sido alguna vez, pero en una época tan remota, que no conservo de ello ni el más vago recuerdo. Si yo fui celta, este fausto suceso me aconteció mucho antes del imperio romano, y, desde entonces acá, ¡han pasado tantas cosas! Es posible que, en el transcurso de los siglos, yo haya sido también godo, fenicio y moro.
Pero nada; el imbécil de Fausto no celebró pacto con el demonio, sino para cometer delitos inútiles é incurrir en más simplezas que el propio D. Simplicio Bobadilla y Majaderano. Prescindo ahora de la segunda parte ó tragedia de Fausto. Todo allí es fantasmagoría: todo está lleno de enigmas filosóficos y de veladas enseñanzas.
Palabra del Dia
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