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A veces he censurado yo en Víctor Hugo no pocas extravagancias, pomposidades y relumbrones falsos y de mal gusto, pero, a pesar de estos defectos, que yo noto para que no se me acuse de idolatría, siempre me he complacido en reconocer y confesar que por lo fecundo e impetuoso de su abundante vena, por su maravillosa fantasía y por su destreza magistral en el manejo de la lengua, del metro y de la rima, Víctor Hugo es, si no el primero, uno de los mayores líricos y épicos de nuestro siglo, rico en poetas más acaso que ningún otro de los siglos pasados.

Sus groseros versos contra viejas y hechiceras los he leido con mucho asco; y no veo qué mérito tiene decir á su amigo Mecenas, que si le pone en el catálogo de poetas líricos, tocará á los astros con su erguida frente. A los tontos todo los maravilla en un autor apreciado; pero yo, que leo para solo, no apruebo mas que lo que me da gusto.

Así fue conociendo a los amigos de su padre; aquella bohemia en la que la música iba unida siempre a un ideal de revolución europea; mezcla confusa de artistas y conspiradores; viejos profesores calvos, miopes, con la espalda encorvada por toda una vida de inclinación ante el atril; jóvenes morenos de ojos de brasa con erizadas melenas y corbata roja, que hablaban de destruir la sociedad, haciéndola responsable de que su ópera no fuese admitida en la Scala o de que ningún gran maestro quisiera echar una mirada a sus dramas líricos.

Entendidos de este modo, los más audaces raptos líricos son ejemplares y moralizadores: pueden servir y sirven de escarmiento. Carlos Baudelaire es, sin duda, uno de los más endiablados poetas que en estos últimos tiempos ha nacido de madre. En cuerpo y alma, y sin la menor reserva, se entrega al demonio. Le reza muy devotas letanías y le pide favor y auxilio.

Cualquier ciudadano pacífico, incluso los poetas líricos, puede pasar un rato agradable viendo desfilar una muchedumbre de Margaritas rubias y morenas con las cuales se pudieran empezar novelas tan amenas, si no tan famosas, como la de Fausto. Además, en el centro del paseo hay un estanquillo. La acera de Recoletos termina en la plaza de Colón.

Prosguiendo nuestra tarea, no vacilamos en asegurar, que la originalidad de la comedia se muestra especialmente en la aplicación que hace de las formas poéticas, de cuyo enlace orgánico resulta el drama. Los elementos líricos y épicos aparecen en ella más aislados é independientes que en la literatura dramática de cualquiera otra nación.

Froude puede decir lo que se le antoje, pero, en literatura al menos, no veo yo por qué los nombres del mencionado sainetero, los de los grandes poetas líricos que hemos citado, y los de bastantes otros más recientes que pudiéramos citar, han de excluirse de la historia de Europa y no han de poder figurar al lado de los nombres de Byron, Moore, Shelley y Burns.

En mi pecho, muerta la hoguera, restó un puñado de cenizas de la pasada ilusión; y al verme tan olvidado de la mujer que me amó, para luego envenenarme con una negra traición, cuando quise maldecirla con mi pluma y con mi voz, llorando de pena y rabia, la maldije ¡en español...! Y en tu idioma, que es un iris por su fulgencia y color, voy dando a todos los vientos trozos de mi corazón, mis líricos fantaseos, mis optimismos, mi horror por lo prosaico y mis gritos de protesta y rebelión contra todas las limazas, contra el buho y el halcón, contra la sierpe asquerosa que quiere alzarse hasta el sol, contra "chaturas estéticas" que nos roban la emoción, contra Verres coloniales y su dolar corruptor , y contra todos los hombres que hacen tan fiera irrisión del derecho de mi pueblo a ser su único señor... ¡Oh noble Hispania!

De todos modos, yo aconsejo a los jóvenes líricos que no se aventuren por ninguna consideración a cambiarlo, pues al romper con los usos establecidos se corre grave peligro, y no en vano está sancionado desde tiempo inmemorial por cien generaciones de mosquitos. Por último, hablaré del mosquito clásico.

Jaime de Huete y Agustín de Ortiz , aunque no comparables por su talento con Torres Naharro, siguieron, no obstante, sus huellas. Cristóbal de Castillejo, uno de los poetas líricos más celebrados de su época, y celoso defensor del viejo estilo nacional contra las innovaciones introducidas por Boscán, se ensayó también en su juventud en la poesía dramática, aunque, según parece, con escaso éxito.