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Actualizado: 2 de junio de 2025
De pronto lanzó un grito de espanto, como horrorizada por algún descubrimiento que había hecho, y, sobresaltado, me di vuelta para mirarla. Su rostro había cambiado completamente; hasta los labios tenía blancos. ¡No! tartamudeó enronquecida. ¡No... no puedo creerlo... no quiero creerlo! Otra vez miró el papel que tenía en la mano para releer esas fatídicas líneas.
Lo haré, sí, lo haré le aseguró en voz enronquecida, en una voz de una mujer eminentemente desesperada, aterrorizada, temerosa de ver descubierto algún terrible secreto suyo. ¡Ah! exclamó con desprecio, encogiendo el labio, una vez me trataste con desdén, porque te considerabas una gran dama, pero yo voy ahora a vengarme, como vas a verlo.
Pálida, completamente demudada, los ojos fijos en el vacío, ni escuchaba lo que le decían ni quería tomar nada de lo que le daban para calmarla. No hacía otra cosa que repetir sin cesar en voz baja y enronquecida: Mamá..., mamá..., mamá... El cura se acercó a ella y le dijo: Hija mía, cálmate, cálmate. Esta es una prueba que Dios te envía para que demuestres tu resignación.
Y a propósito de elecciones dijo don Celso : tengo el gusto de presentar a usted a nuestro.... ¡Calle! ¿Dónde está don Simón? ¡Aquí está! respondió desde el corral una voz débil y enronquecida. Corrieron allá los seis caciques, y encontraron al candidato haciendo los mayores esfuerzos para apearse, ayudado del jayán. El pobre hombre estaba entumecido, yerto.
Acerca del viaje y sus preparativos, de la aflicción de sus padres y de sus pequeños hermanos departieron todavía un rato. Ni una palabra volvieron á hablar de sí mismos. La plática corría lánguida y apagada. Debajo de sus palabras indiferentes se trasparentaba una tristeza profunda. Ambos tenían la voz levemente enronquecida y temblorosa.
La vi, sin que ella lo notara, más de dos veces, en la penumbra del carrejo, llevarse con desesperación ambas manos a la cabeza, y la oí invocar al mismo tiempo, en voz enronquecida y mal dominada, al «devino Dios de las misericordias grandes» y a «la Virgen Santísima de las Nieves, la su madre clemente y amorosa». Deseaba morir de pronta muerte, si en el deseo no pecaba, antes de ser testigo «de eyu» y manchar la vista de los sus ojos en una vergüenza tal.
Las miradas de todos, después de escrutar las alturas de la cazuela, se dirigieron a la presidencia. Don Rosendo turbado aún, y con voz algo enronquecida, dijo: Señores: Si con esas palabras se quiere manifestar que yo, al convocar esta reunión, he abrigado algún pensamiento bastardo, mi delicadeza no me permite continuar en este sitio, y me retiro... ¡No, no! ¡Que siga! ¡Viva el presidente!
Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta; parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises; le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.
El perro tomó sin duda estas palabras por una orden, porque, de un salto, franqueó el foso y se lanzó con la boca abierta y los ojos feroces sobre el pacífico grupo. Pero en un segundo, la escena cambió. El hombre levantó la cabeza y con voz enronquecida, que Herminia no reconoció, dijo: ¿Qué es esto? ¿Se hace devorar á los viajeros en este país? ¡Á él, Dear!...
No se respira con el pecho, declara con su voz del Profeta, un poco enronquecida; se respira con el vientre. Por su procedimiento ha cambiado ya numerosos barítonos en bajos y no escasos tenores en barítonos, sin contar los que ha dejado afónicos. Pero él continúa imperturbable su degollina vocal.
Palabra del Dia
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