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Llegó el Cura en esto, dile cuenta de lo tratado, y le gustó mucho lo de mejorar la casa; pero no tanto lo de mi viaje a Madrid... «Ahora, si convenía para bien de todos, como yo le aseguraba, fuera eyu por el amor de Dios.» ¿Y Lituca? ¿Qué diría de mi marcha cuando tuviera noticia de ella?

Entendíla, dolióme, hice de tripas corazón, y dije al de Robacío: Por donde vaya otro hombre, iré yo: tenlo entendido así. Pos con eyu basta replicóme , y pechu al agua cuantu antis. Se hizo una breve inspección de armas y municiones.

Por la noche me dijo Chisco asaltándome en el pasadizo que seguía yo para ir a la cocina, de la cual salía él: ¿No tenía usté ganas de probarse un pocu en algu de caza mayor? Respondíle que , temblando sin saber por qué, y añadió: Pos a la manu tien la proporción de eyu. Explícate le dije algo nervioso, sin duda por el exceso de mi curiosidad. Se ha vistu el osu. ¿En dónde?

Por lo demás, estaba muy guapa. Temiéndome lo peor, la pregunté por qué lloraba, y me respondió, entre jipidos y lagrimones, que si me parecían pocos los motivos. Ya pué ver me dijo el Topero viniendo en su amparo , con la cellerisca negra de jaz pocas horas, y lo que está en el monti sin sabese de eyu... Me acordé de Pepazos; pero también de Chisco. ¿Por cuál de los dos lloraría Tanasia?

¿Y el robo también? la interrumpí con mal disimulada dureza. ¡Señor! me respondió como aterrada por el sonido de la pregunta . Aunque capaz fuera de eyu, ¿qué yo ónde guarda las riquezas el mi amo, ni si las tiene en casa tan siquiera? Esto, por las buenas; porque si aún la parecía mucho, acudiría a las malas, pues, por las malas o por las buenas, ello había de hacerse, y en el aire.

Pues mire: quitárame con eyu, la franqueza pa bromearme alguna vez... ¡Como si fuera poco el regalo y el mimo en que nos tiene en su casa! ¡Pues podía yo pedir más!...

Tomaríale usté por un cantu gordu de los muchus que hay en el Puertu: el que no está avezau a verli de esi arti, confúndilos. Sueli asomar en veces por ayí; gústali el oreu a lo mejor, y soleáse un pocu, si tien ocasión de eyu. Pero no hay que temeli cosa mayor, porque del hombri ajuyi siempri como el hombri no se meta con él.

Mostróse enterada de él por ciertas señales que nunca mienten, y me dijo que «por su parte... cuando juere ocasión de eyu... si a no me paecía mal...». Cabalmente me parecía todo lo contrario; y con esto, y con convenir los tres en que la ocasión de «eyu» podía ser, y sería, después de pasar el rigor de los lutos que llevaban por mi tío, se dio el asunto por terminado como yo deseaba y Pito Salces también.

Mas fuera la conversación con la hija o fuera con la madre, o fuera con las dos a la vez, casi siempre comenzaba por esta tesis, u otra semejante declamada en altas voces por cualquiera de ellas: Pero ¡válgame la mi Madre Santísima! ¿qué dirá usté, señor don Marcelo, de esta mala peste que le ha caído en la casona? ¿No le da en cara esta poca vergüenza con que, tras de comerle el costado derecho, le tenemos arrinconado en lo más obscuro y ruin, por campar nosotras solas en lo más pomposu, como si todo eyu fuera nuestro y no de usté? ¿No sería mejor que, ya que empieza la escampa, le dejáramos en paz y sin estorbos y nos volviéramos a la nuestra casa antes con antes?... ¡Mire que tiene que ver esta desvergüencería!

La vi, sin que ella lo notara, más de dos veces, en la penumbra del carrejo, llevarse con desesperación ambas manos a la cabeza, y la invocar al mismo tiempo, en voz enronquecida y mal dominada, al «devino Dios de las misericordias grandes» y a «la Virgen Santísima de las Nieves, la su madre clemente y amorosa». Deseaba morir de pronta muerte, si en el deseo no pecaba, antes de ser testigo «de eyu» y manchar la vista de los sus ojos en una vergüenza tal.