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Cuando la vejez enfriaba su corteza, la vida animal asomaba como una consecuencia del medio favorable, ajustándose a las condiciones de éste, comenzando con formas tímidas y microscópicas de existencia, con el musgo que apenas cubre las rocas, con el animal que apenas presenta los vestigios de un organismo rudimentario.

Era una cálida mañana de verano. La sombra de los árboles de ramas extendidas como una inmensa cortina tamizaba los rayos del sol, la atmósfera tibia y húmeda tenía una dulzura penetrante, hundíanse los pies blandamente en el espeso musgo que algodonaba el suelo, y solamente los pajarillos ponían sus notas melancólicas y tiernas en el silencio de los bosques.

Buscaba calma y olvido en aquel refugio, y el espíritu de rebelión le había seguido hasta su escondrijo. Recordaba sus propósitos del primer día, cuando se vio solo en el silencioso claustro. Quería ser una piedra más de la catedral, no reflexionar, no sentir, pasar el resto de su existencia agarrado a aquella ruina, con la vida embrionaria del musgo de los contrafuertes.

Sin hablar una sola palabra, sin que uno ni otro sirviera de guía á su compañero, pero con silencioso y mutuo acuerdo, se deslizaron entre las sombras del bosque de donde había salido Ester, y se sentaron en el mismo tronco de árbol cubierto de musgo en que ella y Perla habían estado sentadas antes.

Centenarias hayas que prestan su sombra Al lecho por donde juegas en ondas Te sirven de templo Y de corona, las hojas secas de otoño y el verde musgo. La vieja pila de mármol ha sido destrozada Pero , siempre generosa Devuelves bien por mal a los que te ofendieron Ofreciéndoles la frescura de tus aguas, limpias como el cristal.

Mientras tanto el señor subprefecto, encantado con el silencio y la frescura del bosque, se levanta los faldones de la casaca, coloca sobre la hierba el sombrero apuntado y se sienta en el musgo junto a una encina joven. Luego abre en las rodillas la gran cartera de piel de zapa con relieves y extrae de ella un ancho pliego de papel ministro. ¡Es un artista! dice la curruca.

El aire tibio nos traía de las márgenes vagos aromas de frutos maduros, de flores marchitas, de musgo y tierra, que era el hálito de la Naturaleza dormida. La profunda negrura de las riberas, donde las sombras se acumulaban, hacía más brillante y glorioso nuestro camino. Parecía que marchábamos, suspendidos en las tinieblas, sobre un rayo de luna.

Como en los tiempos antiguos, antes de la explotación del bosque, pinos y hayas entremezclados, volverán á crecer en las faldas de la montaña, de donde bajan las primeras aguas; las raíces que brotan, el musgo que las cubre, las hierbas que la rodean y que la cabra no vendrá á arrasar, contendrán en su caída las gotas de lluvia y los hilillos de nieve fundida.

Las hayas son lisas, de brillante corteza cubierta por el liquen, y de verde musgo en la base; mazorquillas de hojas adornan la parte baja del tronco, pero los ramajes se extienden á quince metros de altura y se unen de árbol en árbol en continua bóveda, perforada por rayos paralelos que forman dibujos en la hierba. El aspecto de la selva es severo y hospitalario al mismo tiempo.

Se aproximó y se estremeció de horror. Un cadáver casi desnudo, pálido, destrozado, cubierto de musgo y de fango, los miembros crispados, los cabellos ralos y sangrientos, y a través del desorden de aquellas facciones deshechas y mancilladas, un aspecto lleno aún de nobleza y de dulzura; así fue como Carlos Munster se ofreció a su vista.