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Actualizado: 12 de junio de 2025
Los recién casados se embarcan, con arreglo á las órdenes del Gobernador, y se dirigen hacia Portugal, abandonando á las Indias, Don Manuel sin ver siquiera á Doña María, y separando también á esta desdichada de su hijo Dieguito, á quien se lleva consigo en su viaje.
Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: -Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr. Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle Poncio Pilato.
¡Qué veo! exclamó D. Paco con súbita exaltación . ¿No es aquel mozalbete el propio D. Diego; no es mi niño querido, la joya de la casa, la antorcha de los Rumblares?... ¡Eh... D. Dieguito, aquí estamos..., venid acá! En efecto; cuando estuvimos cerca, no nos quedó duda de que el mozuelo bailarín era D. Diego en persona. Nos vió, y al punto vino corriendo para abrazarnos a todos con mucha alegría.
Los cadáveres de Doña Leonor y de Dieguito son conducidos en un féretro provisional, y los perseguidores de Don Manuel, renunciando á todo proyecto de venganza, lloran la muerte de los desventurados, inclinándose llenos de respeto ante los decretos de la Justicia Divina.
En la escena inmediata conocemos á Doña María, dama portuguesa que ha ido á la India disfrazada de hombre para buscar á Don Manuel, su antiguo amante, de quien ha tenido un hijo, y que la ha abandonado, llevándose consigo al tierno Dieguito.
Dieguito es arrebatado por un tigre, y Don Manuel intenta darse la muerte para poner término á su existencia. A la conclusión desembarcan también en la costa de África el Gobernador y Doña María, que siguen las huellas de los extraviados, alcanzándolos al cabo con una parte de la tripulación, y averiguando el triste destino de ambas víctimas.
Si quiero sujetarlos, palos, rasguños, arañazos, tijeretazos y otros mil martirios espantosos... Pues sí, señor D. Dieguito: se lo diré a la señora, yo no puedo aguantar más... ¡Pues no digo nada de lo de las saliditas por las noches!
Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: "Hola, llámale Poncio Pilato, y he a correr." Yo, por darle gusto a mi amigo, llámele Poncio Pilato.
Palabra del Dia
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