Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 22 de mayo de 2025
Las señoras de Grevillois no asisten a los jueves de Lacante, pero forman parte del círculo habitual de la Marquesa Leontina de Oreve.
Las he visto con frecuencia en casa de la Marquesa de Oreve, la gran amiga de Lacante, que tiene un salón artístico y literario en el que nuestro tutor es rey y pontífice, bajo los auspicios del mismo Marqués de Oreve, un papamoscas de alto coturno. Toda esta gente debe ser desconocida para ti, que la habrás olvidado después del tiempo que llevas corriendo por el mundo, lejos del boulevard.
Estaba yo entonces en gran conversación con la Marquesa de Oreve, que me estaba confiando sus sentimientos íntimos, y aquella psicología tenía trazas de durar mucho tiempo, porque parecía gustarle.
Le había a usted perdonado antes de estar justificada, y no tengo mérito ahora mostrándome magnánima... ¿Quiere usted entrar a ver a mi padre? Máximo se levantó. Voy a ahuyentar a los de Oreve... No los ahuyentó, y mi padre estaba muy fatigado por la noche, a causa de las visitas que había recibido. Pero él dice que lo distraen de sus dolores. Máximo a su hermano. 23 de diciembre.
Me previno que la Marquesa estaba de mal humor y que no había querido colocarse para su retrato, y añadió dando un suspiro: No sé qué va a pasar con la tal pintura; mi pobre hija la ha vuelto a empezar dos veces sin conseguir dar gusto a la de Oreve... Es fastidioso.
Me ocurre una gran aventura, en la que me he comprometido un poco a la ligera y sin saber cómo saldré. He aquí la historia, señor cura. Ayer noche comimos en casa de la Marquesa de Oreve con las señoras de Grevillois, la de Jansien y unos cuantos hombres, entre los cuales estaba Gerardo Lautrec. Tratábase, justamente, de una comida de despedida antes de su gran expedición a través del mundo.
La de Grevillois permanece seria y con una expresión de placidez, como si no oyera lo que se dice. A la Marquesa de Oreve, por el contrario, le divierten extraordinariamente las ocurrencias del señor Kisseler y, si está callado, lo que es raro, no deja de incitarlo: «Kisseler está triste esta noche... Se conoce que no le inspiramos.» Y esto basta para inflamar la pólvora.
¿Qué va a ser de Lautrec? pregunté amargamente. Se consolará con la Marquesa, como la niña de Lacante con su padre. Y me señaló a la Marquesa y a Lautrec engolfados en una conversación muy animada, mientras el Marqués de Oreve se paseaba por el terrado con Kisseler. Eché una mirada de pesar a Elena, que se alejaba, después de haber vuelto la cabeza dos o tres veces para ver si yo la seguía.
Al primer campanillazo mi corazón se puso a latir tan fuerte, que me quedé como petrificada en la silla. Eran los Marqueses de Oreve, que notaron en seguida mi turbación. ¿Está usted mala? me preguntaron al mismo tiempo. ¿Elena? preguntó mi padre. Ha estado alegre todo el día como un pájaro de primavera. Nuevo campanillazo y nuevo ahogo.
Su padre, radiante, se la presentó a la Marquesa de Oreve, que allí estaba y que la acogió con miradas, fijamente investigadoras y palabras de bienvenida un poco arrulladoras y afectadas. Me gustaría saber lo que ha pensado la muchacha de aquella cara redonda, coronada por un complicado edificio de trenzas y rizos y que se paseaba de un hombro a otro con lentitud presuntuosa.
Palabra del Dia
Otros Mirando