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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Le la mano, y él la retuvo en las suyas y me dijo en tono de reproche: ¿Por qué huye usted de ? Hace un mes que no encuentro medio de hablarla. Ya sabe usted que el cuidado de mi padre ocupa todo mi tiempo. ¿Está solo en este momento? Están con él los Marqueses de Oreve. Entonces no hay sitio para y debo marcharme, a no ser que usted tenga la indulgencia de hacerme quedar.

Más bonito sería, sin embargo, si no hubiera tantas casas, pues las hay por todas partes y eso desfigura el paisaje. Más parece esto un arrabal que el campo. Muy cerca de nosotros, la Marquesa de Oreve, de la que ya he hablado a usted, tiene una hermosa casa, a la que llaman la «Villa del Lys». Aquí se llama así a cualquier casa por pequeña que sea.

Siento que me estoy volviendo todo lo malo que es necesario. Después de muchos días de no ver a Elena, ayer la encontré en casa de la Marquesa de Oreve.

Podría confiársela a la Marquesa de Oreve, que aceptaría el legado, pero hay incompatibilidad de costumbres y de principios entre la Marquesa y Elena, y yo quiero que mi hija siga siendo lo que es, una alma excelentemente recta y un corazón puro.

Ayer, en casa de la Marquesa de Oreve, donde nos reunimos a festejar la convalecencia de Elena, Luciana deslumbraba. Las demás mujeres parecían comparsas destinadas a hacerla valer y resultaba entre ellas una estrella refulgente. La misma Elena, muy linda, sin embargo, bajo el velo de timidez y de modesto silencio en que se envuelve, se eclipsaba y desaparecía. Nadie puede compararse con Luciana.

Yo sufría por ella y tanto como ella, pero le contesté con dulzura y logré hacerle comprender que su resentimiento era excesivo y hasta injusto, pues, al fin, la vanidad de la Marquesa de Oreve no hace daño a nadie más que a ella misma y en modo alguno al artista que la pinta como es.

Todos nuestros amigos estaban allí: los Marqueses de Oreve, Lacante, Kisseler, hasta el doctor Muret, que había hecho hueco entre dos consultas para darme esa prueba de amistad. Antes de hablar los había visto a todos, menos a Elena, y ya la acusaba por su indiferencia cuando la vi detrás de su padre, desde donde me miraba atentamente, creyendo, sin duda, no ser vista.

Pero esos demonios de escépticos y de «ironistas» no necesitan ilusión y toman de cada cual lo bueno que tiene, sin ocuparse de lo demás. Hay varias cosas que le han gustado en la Marquesa de Oreve y alrededor de ella. En primer lugar, la atmósfera de lujo y de elegancia en que vive.

El prestigio y la influencia encantadora de tales cosas se apoderó de él al entrar en la existencia íntima de los Oreve y en aquella casa de una suntuosidad elegante, en la que sus consejos y su innato buen gusto han introducido refinamientos de arte.

La discreción que me impone me es penosa para con Lacante, que es para más que un amigo; pero ella me responde que si Lacante es mi tutor, la Marquesa de Oreve es su protectora y habría las mismas razones para hacerle la confidencia. Y entonces, adiós secreto y vienen todos los inconvenientes de una espera interminable. Hay otra cosa que me alarma en Luciana.

Palabra del Dia

hociquea

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