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Actualizado: 8 de septiembre de 2024


No encontrando lo que buscaba en lo que parece más alto, descendió de escalón en escalón, visitó lugares donde había estado algunas veces y otros donde no había estado nunca. Halló caras conocidas y amigas, caras desconocidas y repugnantes, y a todas pidió noticias, buscando remedio al tifus de curiosidad que le consumía.

En su desmayo juzgó que pasaban lentamente horas y más horas, que luego amanecía, y que por fin alguien daba señales de vida en aquel palacio, ayer del regocijo y hoy de la tristeza. Los pasos se acercaban, y manos desconocidas intentaron poner en orden los restos del festín.

Cosas tan tremendas como desconocidas para él hasta entonces, la venganza, la protesta, la rebelión, la terquedad de no reconocerse culpable, penetraron en su alma. Por breve tiempo la ocupaba el miedo, y lágrimas de fuego escaldaban sus mejillas; pero pronto la ganó por entero el instinto de defensa.

Por fin, de la nube que se forma al chocar las espuman en el fondo, se ve salir, alegre y sonriente, como gozoso de la aventura, el río que empieza a fecundar, en su paso caprichoso, tierras para él desconocidas, en medio de la templada atmósfera que suaviza la crudeza de sus aguas.

Uno de sus caractéres es la intuicion, el ver sin esfuerzo lo que otros no descubrian sino con mucho trabajo, el tener á la vista el objeto inundado de luz, cuando los demas estan en tinieblas. Ofrecedle una idea, un hecho, que quizas para otros serán insignificantes, él descubre mil y mil circunstancias y relaciones ántes desconocidas.

Justificado así el trabajo que en discurrir iba a tomarse, el Condesito discurrió lo que en resumen vamos a exponer. Las desconocidas eran sevillanas. No podían ser malagueñas, como presumió aquel ignorante. Confundir a una sevillana con una malagueña es un error tan craso en un galanteador andaluz, que debe saber de mujeres, como en un cazador confundir una codorniz con una tórtola.

Estas encallaban en los bajíos; aquéllas, por querer escapar velozmente, quebraban sus entenas; otras se entregaban sin combatir. El, para bien de su honra, se hallaba en el fuerte. ¡Contaba entonces los horrores del asedio, las enfermedades desconocidas, las heridas monstruosas, el hambre, la sed!

Bien conoció el Conde que las para él desconocidas, ni eran de lo que llaman la sociedad, ni podían tampoco colocarse en ninguno de los grados de la jerarquía del heterismo. Su mirada penetrante y experimentada conoció en seguida que eran ambas de la clase media, o pobres, o muy modestas; que la morena debía de estar casada y que era soltera la rubia.

La grandeza y la omnipotencia del amor me eran tan desconocidas como la persistencia y el indómito poderío de una conciencia recta, que acepta el deber y le cumple, ó jamás se perdona si no le cumple. ¿Será que soy un miserable? ¿Tendrán razón los frailes y los clérigos al sostener que no hay verdadera virtud sin religión verdadera?

En las comedias, cuya acción ocurría en países remotos de costumbres desconocidas, se empleaba un traje, calcado en el español de la época, y diferente de él sólo en algunos accesorios fantásticos, que bastaban para indicar su antigüedad, y para que los espectadores quedasen satisfechos.

Palabra del Dia

jediael

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