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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Como el Bajá se entregó en la fuerza, tardó ocho días allí hasta que llegaron cinco galeras que habían ido á Túnez por bizcocho. Fuese luego á hacer agua y tomó el camino de Trípol, donde entró con gran gazara y grita, colgados nuestros estandartes y banderas, lo de abajo arriba, en las popas y entenas de las galeras.
En este medio, viendo los turcos que no les salían los ardides que probaban por tierra, acordaron una noche dar el asalto á las galeras y galeotas de cristianos que estaban cerca del fuerte retiradas, y combatiendo, las hallaron que estaban bien á recaudo, porque tenían muy buena guardia de soldados viejos de todas naciones, y el Coronel D. Alvaro, con los esquifes que estaban en tierra, luego á la hora les envió socorro con el capitán D. Juan de Castilla, y así los turcos se retiraron, con gran daño dentrambas partes de heridos, porque las galeras, cuando les fueron á dar el combate, se hallaron con las tiendas puestas; mas tenían lejos, un tiro de piedra, una cadena de árboles y entenas para que no se les pudiese llegar barca ninguna sin que se sintiese, y esto les hizo gran provecho.
Si las entenas de las latinas llevaban ostas volantes encapilladas á la pena y si el car se maniobraba por los mismos medios que ahora se usan. Si llevaba verga de cebadera y de sobrecebadera ó cebadera sola y si ésta iba de firme ó con arritranco ó raca que la permitiera correr á lo largo del bauprés ó del botalón. Si el botalón llevaba foque.
Estas encallaban en los bajíos; aquéllas, por querer escapar velozmente, quebraban sus entenas; otras se entregaban sin combatir. El, para bien de su honra, se hallaba en el fuerte. ¡Contaba entonces los horrores del asedio, las enfermedades desconocidas, las heridas monstruosas, el hambre, la sed!
Perdóneme la señora del almacen, perdónenme los dos caballeros parisienses; yo no lo creo; en honra de Francia, no lo debo creer. Desde los altos y espaciosos pórticos de aquel templo, veiamos á un mismo tiempo la calle Real, la hermosa plaza de la Concordia, las entenas y cables de un bergantin surto en el Sena, y uno de los palacios que adornan la otra orilla del rio.
Indecisa se mostraba la victoria, y es fama que entre la densa nube de humo, y en el punto más formidable de la batalla, apareció un resplandor de gloria sobre la armada de la Liga, y en medio de él la Santísima Virgen del Rosario, a la que acompañaban legiones de arcángeles, que con sus espadas de fuego descendían y se metían en la pelea; milagro que la fe no repugna, pero que bien pudo ser visión de algún soldado devoto que luego lo contó y creyéronlo; que no señales de muerte por fuego del cielo tenían los turcos que muertos se hallaron en las galeras enemigas apresadas, sino de pelota de arcabuz, o de lombarda, y corte de espada, y golpe de pica, y astillazos y aplastamientos, por las entenas y jarcias que la artillería cortaba; y entre este pavoroso estrago, entre este humo, entre este fuego, y poco antes de que la victoria se declarase por los cristianos, un arcabuzazo alcanzó a Cervantes en la mano izquierda, y deshízosela, y otros dos le atravesaron el pecho, dejando en su persona las honrosas señales por las que, acometido por la malevolencia, dijo muchos años más adelante, cuando le injurió aquel Avellaneda, temerario continuador de Don Quijote: «Lo que no he podido dejar de sentir, es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan verlos venideros.
Y viendo esto el capitán D. Juan de Castilla, y habiéndole avisado un paje de Su Excelencia, llamado Calveti, que los soldados hablaban con los turcos y que tomaban pan y agua y fruta que les daban, hizo retirar y puso de guardia en la dicha batería á su alférez D. Diego de Castilla, su hermano, y al sargento del capitán Olivera, que se llamaba Valdés, y éste quedó después captivo en Trípol, y entrambos á dos eran muy valientes soldados, y dióles orden que no dejasen llegar á nadie á la batería, ni menos que tomasen cosa alguna de los turcos, y él entre tanto entendía en repararse y apercibir y poner en orden á los soldados que allí tenía para defenderse, determinado de hacer todo lo posible hasta la muerte; y así mandó á su alférez que quemase la bandera, y á sus criados que rompiesen y echasen en el fuego unos reposteros suyos, porque tenían el escudo de sus armas, y esto hizo á fin que los turcos no podiesen hacer triunfo con su bandera como hicieron de las otras que ganaron de los nuestros, colgándolas de las entenas de sus galeras, y así dió á saco lo demás de su ropa y no quiso salvalla dentro del castillo, como lo hicieron otros Capitanes y gentiles-hombres; también quería que quedase allí su ropa y lo que tenía.
Hecho esto, y hecha oración al cielo, suplicándole encaminase nuestro viaje y favoreciese nuestros tan honrados pensamientos, mandé izar las velas, que aún se estaban atadas a las entenas, y que las diéramos al viento, que, como se ha dicho, soplaba de la tierra, y, tan alegres como atrevidos, y tan atrevidos como confiados, comenzamos a navegar por la misma derrota que nos pareció que llevaba el navío de la presa.
Si no acudieran mas de mil sirenas A dar de azotes á la gran borrasca, Que hacia el saltarel por las entenas. Una, que ser pensé Juana la Chasca, De dilatado vientre y luengo cuello, Pintiparado á aquel de la tarasca, Se llegó á mí, y me dixo: de un cabello Deste bagel estaba la esperanza Colgada á no venir á socorrello.
Tiburcio de Simahonda había tomado en él el mando. La bandera de Castilla, izada en el mastelero de gavia, continuaba allí en señal de posesión, a pesar de la noche. De las entenas pendían, cual horrible adorno y para ejemplar escarmiento, los cadáveres del capitán argelino y de ocho satélites suyos, cada uno de ellos colgando por el pescuezo con un lazo escurridizo.
Palabra del Dia
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