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Por largo tiempo duró este combate, tanto más cruel, cuanto era más proporcionado el empuje de una y otra parte, hasta que al fin observamos síntomas de confusión en nuestras filas; vimos que se quebraban aquellas compactas líneas, que retrocedían sin orden, que chocaban unos con otros los grupos de soldados.

Pero ¡oh casualidad portentosa y fijeza de los hados!, las minas en que tenía el mismo D. Juan sus miserables ahorrillos, no quebraban, dejaban un rédito sano y constante.

Estas encallaban en los bajíos; aquéllas, por querer escapar velozmente, quebraban sus entenas; otras se entregaban sin combatir. El, para bien de su honra, se hallaba en el fuerte. ¡Contaba entonces los horrores del asedio, las enfermedades desconocidas, las heridas monstruosas, el hambre, la sed!

Iban donde va la gente que no quiere gastar dinero, y se les veía por el pretil del río, camino de Monte-Olivete, los dos jóvenes delante, hablando tranquilamente, mientras se acariciaban con la mirada, y detrás Micaela, con aire de inconsciente, abismada en el crepúsculo eterno que la envolvía y levantando la cabeza, sin sentir la menor molestia por los rayos del sol que se quebraban en sus ojazos hermosos y muertos.

Y puesta denodadamente en ejecución aquella osada ley, recorrió un kilómetro, siguiendo a capricho las veredas que le salían al paso y se cruzaban y se quebraban en ángulos mil, cual si quisiesen engañarle y confundirle más. Por grande que fuera su resolución e intrepidez, al fin tuvo que pararse.

En las antiguas edades los hombres acertaban a veces o por estar más cerca de la revelación primitiva, o porque alambicaban menos y no se quebraban de puro sutiles, o porque la mente de ellos, no abrumaba aún con la pesada carga de lo observado y experimentado, levantaba el fácil vuelo a las esferas superiores y era capaz de una inspiración inocente y casi divina.

Las adversidades se estrellaban ya en el corazón de Benina, como las vagas olas en el robusto cantil. Rompíanse con estruendo, se quebraban, se deshacían en blancas espumas, y nada más.

Se me quebraban las costillas, se me hundían los costados, me tiraba a las paredes, daba corcovos y regañaba los dientes como un basilisco. Estaba tan amarillo como la paja segada. Un día me dijo el señor cura: Manín, careces del pecho. ¡Yo carecer del pecho, señor cura! ¡No me conoce usted bien! Apalpe aquí por su vida; más recia tengo la entraña de lo que usted piensa.

Las tenazas no soltaron la presa; siguieron su movimiento y Ana sintió un peso, y oyó el estrépito de cristales que se quebraban en el pavimento al caer en compañía de otros objetos, resonantes al chocar con el piso. No se atrevía a coger con la otra mano las tenazas que la oprimían, y no se libraba de ellas aunque seguía sacudiendo el brazo.

Los conceptos estaban envueltos en tales eufemismos, pretericiones y circunloquios, y tan se quebraban de sutiles, que el viejo se quedaba siempre a buenas noches. ¡Qué habilidad! decía sin entender palabra. Por lo mismo creía en la habilidad, porque si él la echara de ver ya no la habría.