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Este talento especialísimo poseíalo el portugués en grado sumo, y así era él de escurridizo, de flexible y de listo; sabía amoldarse a las circunstancias, aprovechar los momentos y servirse de los hombres. De todo sacaba partido y lo mismo espigaba en los campos de la miseria, que segaba en los de la opulencia.

Conociendo entonces que era imposible acabar con él si no recurría a una estratajema, se apartó un buen trecho de su contrario, se desató rápidamente una larga y fuerte faja de seda que le ceñía el talle, hizo con ella, sin ser notado, un lazo escurridizo, y revolviendo sobre el Príncipe con inaudita velocidad, le echó al cuello el lazo, y siguió con su caballo a todo correr, haciendo caer al Príncipe y arrastrándole en la carrera.

Con estas filosofías de Chisco y las intemperancias de Pito Salces, acabamos de subir una ladera de suelo escurridizo, y nos vimos al comienzo de una ancha sierra que descendía en suaves ondulaciones hacia nuestra izquierda. Atajábala por allí el frontispicio pedregoso de un alto monte que la dominaba en toda su longitud, y estaba separado de ella por una barranca.

Tiburcio de Simahonda había tomado en él el mando. La bandera de Castilla, izada en el mastelero de gavia, continuaba allí en señal de posesión, a pesar de la noche. De las entenas pendían, cual horrible adorno y para ejemplar escarmiento, los cadáveres del capitán argelino y de ocho satélites suyos, cada uno de ellos colgando por el pescuezo con un lazo escurridizo.

Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante?

La pequeñez de su cuerpo ágil y escurridizo le servía tanto como la fuerza de sus brazos, y de todas las peleas salía incólume, «sin que le sacasen sangre». Los indígenas creíanle poseedor de maravillosos amuletos. Ojeda también se consideraba protegido por el cielo gracias a un cuadrito antiguo de la Virgen, regalo de Fonseca, que llevaba pendiente del cinturón de la espada.

El libre elemento, el mar, debe tarde ó temprano crearnos un ser á su semejanza, un ser eminentemente libre, escurridizo, onduloso, flúido, que se deslice á imagen de las ondas, pero en quien la movilidad maravillosa proceda de un milagro interior, todavía más grande, de una organización central, fina y sólida, muy elástica, no parecida á la de ninguno de los seres conocidos hasta el día.

La lucha de guerrillas, sorpresas y emboscadas, armado a la ligera, le preparó para buscar en las selvas de América al enemigo escurridizo, invisible y de golpe certero.

El combate, para los viejos soldados que habían conocido las batallas más famosas de Europa, fue en adelante la «guazabara». La táctica, contenida en la Milicia Indiana, de Vargas Machuca, consistió en dar la «trasnochada» y dar el «albazo», o sea sorprender al enemigo astuto y escurridizo en plena noche o al romper el día.

El lugar era ignominioso: un café con tabladillo para cantadores, banquetas más destripadas que caballo de picador, el techo ennegrecido a fuerza de humo, el ambiente apestando a tabaco de colillas, el piso escurridizo y viscoso de saliva; al fondo, un mostrador lleno de vasijas sucias y, en último término, una entre cocina y cueva, especie de laboratorio infernal consagrado al dios Cólico. El local casi desierto. Sólo en un rincón una pareja de chula y chulo, a quienes se oía decir: