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Actualizado: 14 de junio de 2025


No que estuviésemos escribiendo todo el tiempo ni mucho menos; pero había otros quehaceres auxiliares del periodismo, que no por ser materiales dejaban de participar de su alteza: sea ejemplo el arte delicado de cortar, escribir y pegar las fajas, en el que sobresalíamos casi todos, y el no menos noble y exquisito de pegar los sellos con la propia saliva, en el que ya quedaban algunos rezagados, seco y exhausto el gaznate.

No hay allí rostro amenazador ni mirada torva; aquellos hombres pueden haber estado por graves delitos remando en las galeras, acaso sean salteadores de caminos; pero en aquel momento el regalo les ha hecho mansos: están pacíficos, contentos, saboreando la deleitosa embriaguez que en lugar de excitarles a la pendencia o el delito parece que les abstrae, aislándolos del mundo como si en él no hubiera nada digno de preocuparles, ni gloria, ni codicia, ni lascivia, cuyo gusto pueda compararse a la sensación gratísima que les causa el mosto al resbalar por el gaznate.

Sabes que vengo muy incomodado le dijo don Gil, mientras la dama, que se había acercado al hornillo, se esforzaba en encender con pajuela unos carbones; sabes que estoy muy incomodado, Leoncia, con lo que dice la gente, y vengo á que me saques de dudas; porque, en fin, tengo esto atravesado en el gaznate y no lo puedo pasar. ¿Qué? ¿á ver? ... ¿á ver que majaderías traes hoy?

García... celebraría estar de buen humor para poder seguírselo a usted.... ¡Señor diablo!, le digo a usted que ayer mismo me he reintegrado de esa cantidad insignificante. ¿Ayer?... usted... ¿quién?... Lo que tenía atravesado en la garganta el escribano había saltado sin duda al gaznate de Reyes, porque el infeliz se atragantó también.

Al otro día, aunque no era domingo, se afeitó como si lo fuese, se puso otro pantalón, metió en los dedos todas sus sortijas, y después de tomar el chocolate en compañía del excusador y de ofrecerle un cigarro puro, generosidad que sorprendió mucho al clérigo, fue a su cuarto a arreglar un poco el cabello, y al instante salió de casa y tomó el camino del Molino con los ojuelos chispeando, seco el gaznate y los labios trémulos.

Cuál, sin pestañear, mirando con su mano puesta en la espada y la otra con el rosario, estaba como figura de piedra sobre sepulcro; otro, alzadas las manos y extendidos los brazos a lo seráfico recibiendo las llagas; cuál, con la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar palabra, la enseñaba a su querida las entrañas por el gaznate; otro, pegado a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos, parecía medirse con la esquina; cuál se paseaba como si le hubieran de querer por el portante, como a macho; otro, con una cartica en la mano, a uso de cazador con carne, parecía que llamaba halcón.

Susurraban los maldicientes que entre parleta y parleta solía la matrona entreabrir el pañuelo que le cubría los hombros y sacar una botellica que fácilmente se ocultaba en cualquier rincón de su corpiño gigantesco; y ya corroboraba con un trago de anís el exhausto gaznate, ya ofrecía la botella a su interlocutora «para ir pasando las penas de este mundo». A oídos del señor Rosendo llegó un día esta especie, y se alarmó; porque mientras estuvo en la Fábrica no bebía nunca su mujer más que agua pura; pero por mucho que entró impensadamente algunas tardes, no cogió infraganti a las delincuentes.

Los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no cuántos, y pienso que por holgazanos y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una.

El galeno dábase palmadas en la ancha frente, indignado contra mismo por su torpeza. ¿Cómo no lo había conocido antes? ¿De qué otra cosa podía provenir aquella tendencia inflamatoria y pletórica tan común entre los monjes? No le quedaba duda: del vino. Además de ser generoso y añejo, lo bebían á todo pasto, en anchos y profundos tazones, á gaznate abierto y codo levantado, sin regla ni medida.

Yo decía el borracho con orgullo he ayudado a detener a más de una docena. Además, he repartido no cuántas bofetadas entre esa gentuza, que, luego de acorralada, aún hablaba mal de las personas decentes... ¡Buena tunda van a llevar!... ¡Viva la guardia civil! ¡Vivan los ricos! Y como si estas aclamaciones le secasen el gaznate, hizo una seña al Chivo, que acudió, presentando dos cañas de vino.

Palabra del Dia

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