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El lecho desordenado guardaba todavía la huella de su cuerpo... Recordó entonces, como una de esas visiones pálidas de la mañana que animan las últimas horas del sueño, el paso de un cuerpo sobre el suyo con suave precaución; un beso de despedida que le había hecho entreabrir los ojos, volviendo á cerrarlos; el ruido de una puerta...

Tengo miedo... ¡Bah! iré yo. Adriana se aproximó a la celdilla, fingió entreabrir la cortina, y volvió con una expresión maravillada. ¿Cómo está? le preguntaron. ¡Pelada! Las dos se aproximaron a su vez, caminando de puntillas; el ruedo de sus camisones se estremecía sobre los pies desnudos. Ambas, ávidamente, abrieron la cortina.

Duerme de ignotas flores coronada Entre el aura por Dios magnetizada Cual ángel infantil, Para entreabrir tu vista adormecida Al soplo embalsamado de la vida, Que refresque tu cuerpo juvenil. Mas allá de ese sueño hay otra vida, Que como flor á todos escondida Te tu emanacion: Nueva tierra de América ignorada, Que en alas de la brisa perfumada Anuncia su existencia á otro Colon.

Sonaban penosos ronquidos, respiraciones jadeantes, cortando con su estertor animal el augusto silencio de la tarde. Parecía recogerse el mar, adormecido igualmente, sin otro rumor que el del roce de sus espumas en los flancos del navío. Un crujir de pasos sobre la madera hacía entreabrir algunos ojos, que tornaban a cerrarse apenas se alejaba el paseante importuno.

El vecino acabó por dormirse, pero algunos minutos despues la vecina hizo algun ruido al estirar una pierna, y el buen hombre se despertó sobresaltado y nos lanzó una mirada escrutadora en cuyo relámpago alcancé á ver un pensamiento de desconfianza. Al mismo tiempo, su brusco movimiento le hizo entreabrir la capa, y pude ver un cuello de raso bordado, distintivo del sacerdote.

Don Eugenio, el abad de Naya, se abría literalmente de risa, apretándose las caderas con ambas manos, quejándose y derramando lágrimas; el marqués de Ulloa lanzaba carcajadas poderosas; hasta Primitivo modulaba una risa opaca y turbia. El bueno del ratón no podía ya entreabrir los labios para hablar sin que la hilaridad se desatase.

Susurraban los maldicientes que entre parleta y parleta solía la matrona entreabrir el pañuelo que le cubría los hombros y sacar una botellica que fácilmente se ocultaba en cualquier rincón de su corpiño gigantesco; y ya corroboraba con un trago de anís el exhausto gaznate, ya ofrecía la botella a su interlocutora «para ir pasando las penas de este mundo». A oídos del señor Rosendo llegó un día esta especie, y se alarmó; porque mientras estuvo en la Fábrica no bebía nunca su mujer más que agua pura; pero por mucho que entró impensadamente algunas tardes, no cogió infraganti a las delincuentes.

Los arrodillados compañeros le llamaban en vano, pugnando por entreabrir sus mandíbulas y obligarle á beber. Su boca repelía el líquido, para seguir repitiendo el doloroso rugido. Empezaron á llegar señoras de las salas de juego, atraídas por la noticia. Todas conocían á la duquesa; y la miraron con cierta hostilidad, después de contemplar al moribundo.

El alemán repite a cada instante el clásico Donnerwetter! con voz apagada, y otras interjecciones que empiezan o terminan con el teufel! Yo procuro entreabrir los ojos, hago un esfuerzo y veo un momento, un décimo de segundo, la profunda pared líquida, veteada por fugitivos rayos de luz. Un instante más, y nos asfixiábamos. ¡Con qué delicia respiramos a la salida!

Sintió algo semejante á un principio de mareo al ver que todo permanecía allí donde él lo dejaba, sin permitirse el menor vaivén, la más leve fantasía dinámica. Por las mañanas, al entreabrir sus ojos, experimentaba la dulce sensación de la libertad irresponsable. Nada le importaba la suerte de aquella casa.