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¿Está usted loco? respondió don Pedro, fulminándole una mirada despreciativa . ¿Llamar a Juncal..., después de lo que trabajó contra en las elecciones? Máximo Juncal no atravesará más las puertas de esta casa. No replicó el capellán, pero pocos días después, volviendo de Naya, se tropezó con el médico.

Creyéndolo así Julián, y no pareciéndole cortés desairar a su huésped, cargó la mano en la sopa y el cocido. Grande fue su terror cuando empezó a desfilar interminable serie de platos, los veintiséis tradicionales en la comida del patrón de Naya, no la más abundante que se servía en el arciprestazgo, pues Loiro se le aventajaba mucho.

Pero... el señorito..., ¿qué tiene que ver el señorito...? El cura de Naya saltó a su vez, sin que ninguna mosca le picase, y prorrumpió en juvenil carcajada. Julián, comprendiendo, preguntó nuevamente: Luego el chiquillo... el Perucho.... Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo de tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo de cuadros.

La serenidad del cacique le sacó de tino. ¡Me pasmo, caramelos! ¡Me pasmo de verle con esa flema! ¿O no sabe lo que pasa? Yo no me apuro por cosas que están previstas. En materia de elecciones no se me coge a de susto. ¿Usted se esperaba lo que ocurre? Como si lo viera. Aquí está el abad de Naya, que puede responder de que se lo profeticé. No atestiguo con muertos.

No es seguro, no es seguro, no es seguro vociferó el abad de Naya, que se divertía más que en un sainete. ¡Por vida de lo que malgasto, que esto ya pasa de raya!

Y ¿qué yo si alguno, no digo de los sacerdotes, no quiero hacerles tal ofensa, pero de los seglares, creerá que en efecto...? El de Naya aprobó con la cabeza como quien reconoce la fuerza de una observación; pero, al mismo tiempo, la sonrisa con que lucía la desigual dentadura era suave e irónica protesta contra tanta rigidez.

Durante este periodo, Barbacana se hacía el muerto, limitándose a apoyar débilmente, como por compromiso, al candidato propuesto por la Junta carlista orensana, y recomendado por el Arcipreste de Loiro y los curas más activos, como el de Boán, el de Naya, el de Ulloa. Bien se dejaba comprender que Barbacana no tenía fe en el éxito.

Como Julián arrugase el entrecejo, añadió: Está, está.... Apostaría yo cien pesos, antes de llegar, a que usted no había encontrado modo de sacudírsela de encima. Señorito, la verdad... articuló Julián bastante disgustado . Yo no qué decir.... Ha sido una cosa que se ha ido enredando.... Primitivo me juró y perjuró que la muchacha se iba a casar con el gaitero de Naya....

Sabel, , señor, anda en eso.... Con el gaitero de Naya, el Gallo.... Por de contado se empeña en irse para su casa, así que les echen las bendiciones.... Sintió Julián un sofocón de pura alegría. No pudo menos de pensar que en todo aquel negocio de Sabel andaba visiblemente la mano de la Providencia. ¡Sabel casada, alejada de allí; el peligro conjurado; las cosas en orden, la salvación segura!

Levantó la cabeza de pronto. Eugenio, ¿es mi amigo? Siempre, hombre, siempre contestó afable y sinceramente el de Naya. Pues séame franco. Hábleme como si estuviésemos en el confesonario. ¿Se dice por ahí... eso? ¿Lo qué? Lo de que yo... tengo algo que ver... con esa muchacha, ¿eh?