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Actualizado: 5 de julio de 2025
Hallábase realmente conmovido el señor de la Lage: era la primera vez que casaba una hija; sentía desbordarse en su alma la paternidad, y al tomar de la mano a Nucha para conducirla a la cámara nupcial, alumbrándoles el camino Misia Rosario con un candelabro de cinco brazos cogido de la mesa del comedor, no acertaba a pronunciar palabra, y un poco de humedad se asomaba a sus lagrimales áridos, y una sonrisa de orgullo y placer entreabría al mismo tiempo su boca.
Pero... el señorito..., ¿qué tiene que ver el señorito...? El cura de Naya saltó a su vez, sin que ninguna mosca le picase, y prorrumpió en juvenil carcajada. Julián, comprendiendo, preguntó nuevamente: Luego el chiquillo... el Perucho.... Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo de tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo de cuadros.
En cuanto a Perico, escondió la cabeza entre las manos, y murmuró más de tres docenas de «Jesús, Jesús.... Válgame Dios, válgame Dios.... Qué desgracia, qué desgracia...» y aún debo añadir, en honra de la sensibilidad del insigne pollo, que se demudó bastante su rostro, y pugnaron por asomar a sus lagrimales, y asomaron al fin, unas cuantas gotas de eso que los poetas llaman rocío del alma.
Miraban siempre con ternura, lanzando sus rayos de ocaso melancólico en medio de un celaje de lagrimales pitañosos, de pestañas ralas, de párpados rugosos, de extensas patas de gallo. Dos presunciones descollaban entre las muchas que constituían el orgullo de Ponte Delgado, a saber: la melena y el pie pequeño.
Renacía en su memoria tal como la había contemplado en el dormitorio, con los ojos acuosos, agrandados por el dolor, y una perla pendiente de sus lagrimales, trágicamente bella, como las vírgenes que tienen sobre las rodillas el cuerpo del hijo crucificado... ¡Máter dolorosa! Pero una segunda persona que parecía hablar en el interior del príncipe con fría clarividencia protestó de esta imagen.
Palabra del Dia
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