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Miraban siempre con ternura, lanzando sus rayos de ocaso melancólico en medio de un celaje de lagrimales pitañosos, de pestañas ralas, de párpados rugosos, de extensas patas de gallo. Dos presunciones descollaban entre las muchas que constituían el orgullo de Ponte Delgado, a saber: la melena y el pie pequeño.

Dos caballos iban de un lado á otro con paso tardo, buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas. Cachafaz le habló al oído tenuemente. Es uno de los que se llevaron á la patroncita. Por más que miró Watson estirando su cuello, no pudo ver á otra persona.

Vistióse apresuradamente, bajó azorado, aturdido, y entró con ellos en el coche; y este comenzó a rodar, sin que él se diese cuenta de lo que hablaban, ni de lo que le decían, ni del camino que tomaban, ni pudiera definir otra cosa en su mente que un cartel de toros pegado en la esquina de la casa de Alcañices y un guardia que, al pasar ellos, abría la verja del Retiro, con grandes patillas blancas, iguales a las de Diógenes. ¿Por qué tendría aquel hombre patillas y no bigote?... Esto le preocupó un momento, y volvió a acordarse de ello cuando, una hora después, se detenía el coche a la entrada de una inmensa alameda formada por árboles frondosísimos, en que miles y miles de pájaros cantaban en todos los tonos las maravillas de Dios... Había allí un hombrecillo con patillas ralas y gafas de oro, tan pálido como él, tan azorado y tembloroso, con otros dos señores muy serios.

Y el agua de la fuente cae con un manso susurro interminable... El cielo se nubla; relampaguea; caen sonoros goterones sobre la parra. Y un chubasco se deshace en hilos brilladores entre los pámpanos. Verdú mira el sol que de nuevo ha vuelto a surgir tras la borrasca. Don Víctor, en un rincón, siempre inmóvil, siempre triste, muy triste, se acaricia en silencio sus blancas patillas ralas.

Los vientos otoñales habían extendido en pocos minutos negro manto de nubes, uniformemente obscuras, y sólo en un punto ralas y tenues, hacia el Oriente, donde a través de blancos velos dejaban adivinar las más altas regiones del éter, los océanos superiores del aire, limpios, surcados por mil celajes voladores. Oíase el ruido lejano de la lluvia.

Sus pómulos eran salientes, gruesos sus labios y la nariz aplastada, oblicuos y pequeños sus ojos, y negras las ralas cerdas del largo bigote, y negros los cabellos que pendían lacios sin ondas ni rizos. Cubrían sus cabezas gorras de hirsutas pieles, envolviendo capacetes de cobre, y sostenidas por barbuquejos de lana cuyas extremidades flotaban sobre el pecho.