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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Y el agua de la fuente cae con un manso susurro interminable... El cielo se nubla; relampaguea; caen sonoros goterones sobre la parra. Y un chubasco se deshace en hilos brilladores entre los pámpanos. Verdú mira el sol que de nuevo ha vuelto a surgir tras la borrasca. Don Víctor, en un rincón, siempre inmóvil, siempre triste, muy triste, se acaricia en silencio sus blancas patillas ralas.
Porque yo me preguntaba, viendo, admirado, aquella criatura de tan equilibrado organismo: pero, señor, ¿de qué se alimentan esta alma tan regocijada y satisfecha, y esa cabezita luminosa que irradia los pensamientos sin el estorbo de una sola nube, en el mismo campo en que yo, hombre atiborrado de lecturas y de recuerdos, no hallo con qué levantar un poco el espíritu en cuanto se nubla la luz del sol? ¿Qué cantidad de ideas puede haber en ese cerebro, de qué calidad serán y cómo las ha adquirido?
El tiempo se nubla y dentro de pocas horas tendremos mar gruesa. También yo lo he advertido, señor Van-Stael. Si el viento aprieta, recogeremos velas. Los dos lobos de mar no se habían equivocado. A la extremidad meridional del golfo de Carpentaria se iban amontonando nubes obscuras con los bordes color de naranja, y se extendían por el cielo, amenazando cubrirle hasta los límites del horizonte.
De repente, la frente de don Narciso se nubla, mira a mi tía, mira a los demás circunstantes, levanta al cielo sus ojos, y, con la voz más quejumbrosa y desgarrante, exclama: ¡El Conde romano, muerto! ¿El Conde romano? ¿Qué ha leído usted? ¡No puede ser! ¡Debe usted haber leído mal! exclamaba mi tía sumamente afligida.
Palabra del Dia
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