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Pero no me chupo el dedo.... ¡A me la va a dar ese babayo!... rugió Xuantipa con voz ronca y ojos áridos y contraídos, que se esforzaban inútilmente en exprimir algunas lágrimas . Pero se ha acabao, se ha acabao y se ha acabao.

El día era apacible: luz vivísima acentuaba el verde chillón de las acelgas y el morado de las lombardas, derramando por todo el paisaje notas de alegría. Anduvo y se paró varias veces la anciana, mirando las huertas que recreaban sus ojos y su espíritu, y los cerros áridos, y nada vio que se pareciese a la estampa de un moro ciego tomando el sol.

Sólo con navegar por sus aguas los vientos truécanse en abrasadores, áridos, acarreando el hambre y la muerte. Tantas observaciones dispersas sobre las corrientes del aire, de las aguas, las estaciones, los vientos, las tempestades, quedaban como una tradición en la memoria de los pescadores y los marineros, perdiéndose las más de las veces, bajando á la tumba con ellos.

¡No! ¡Nunca! rugí con furor, estrujando la carta y monologando a largos pasos por el claustro. ¡No, por Dios o por el demonio! ¿Ir de nuevo a recorrer los caminos de la China? ¡Jamás! ¡Oh, suerte grotesca y desastrosa! ¡Dejé mi regalada vida del Loreto, mi nido amoroso de París, vengo volando como un tordo desde Marsella a Shang-Hai, sufro las pulgas de las habitaciones chinas, el hedor de las casas, la polvoreda de los caminos áridos ¿para qué?

De todo el profesorado, amaba á la maestra de francés, porque podía hablar con ella de París y las artistas célebres como de un mundo lejano entrevisto en los periódicos de modas. También amaba á la maestra de español, que le describía cómo eran las corridas de toros y le enseñaba á ponerse la mantilla lo mismo que una andaluza. No necesitó de estudios penosos y áridos para sobrepasar á todas.

Dando las gracias a la esmirriada, salió Benina, y se fue por toda la calle adelante, atisbando a un lado y otro. Esperaba distinguir en alguno de aquellos calvos oteros la figura del marroquí tomando el sol o entregado a sus melancolías. Pasadas las casas de Ulpiano, no se ven a la derecha más que taludes áridos y pedregosos, vertederos de escombros, escorias y arena.

Al indicar los argumentos de los dramas, de los cuales no era dado prescindir, corremos el riesgo de no guardar el justo medio entre la nimia prolijidad y la extremada concisión, puesto que la indecible riqueza de la literatura dramática española impide por una parte extenderse demasiado en el análisis de cada composición, y por la otra se tropieza con la dificultad de ser demasiado áridos ó desagradablemente compendiosos, defectos ambos censurables.

El pasajero que hoy cruza el Canal de Suez, bostezando ante el monótono paisaje de arenas y palos de telégrafo, no piensa nunca y hace bien, porque no hay motivo para agitarse la sangre en un sentimentalismo retrospectivo en los cadáveres que quedaron tendidos a lo largo de esos áridos malecones. Eran fellahs, esclavos sin voz ni derecho, y nadie habló de ellos.

Avanzaban por la planicie que se extiende entre el hospital del Niño Jesús y los collados áridos que rodean el barranco. Allí no hay casas todavía, es decir, no hay miseria. ¿Quién diréis que salió a recibirlos? Pues un pavo que habitaba en muladar próximo, y que todas las mañanas se paseaba solo por el llano, con la gravedad enfática que tanta semejanza le da con ciertos personajes.

Pasada la vadera, volvía a subir el terreno, que era un inmenso lastral como los montes áridos que le servían de fondo, particularmente hacia la izquierda.