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Ella no era nadie: una pobre costurera que, acostumbrada a sufrir las impertinencias de las señoras, no podía permitirse el lujo de mostrar susceptibilidad ni amor propio... pero eso de casarse para ser la víctima resignada y humilde sobre la cual cayeran los desprecios de la familia, estaba fuera del límite de su paciencia. No diga usted que no. Adivino lo que sucedería; como si lo viese.

Pero era demasiado buen hijo y buen hermano para permitirse jamás el despilfarro de tomar un vaso de vino. «El vino, el amor y el tabaco» eran para él artículos fabulosos, que sólo conocía de oídas. Con mucha mayor razón ignoraba los placeres del teatro, tan caros para los obreros de París.

Pensó hablar á Gurdilo, si es que aún no había empezado su interpelación al gobierno. No se conocían, pero él desde unos días antes era un personaje célebre, del que se ocupaban mucho los periódicos, y bien podía permitirse la libertad de hacer una visita á un compañero suyo de gloria. Dentro del Senado, al preguntar por el famoso orador, se convenció de que había llegado tarde.

Ferragut había reído muchas veces de la virtud de su segundo, que se paseaba encogida y soñolienta por una gran parte del planeta, sin permitirse distracción alguna, para despertar con una tensión arrolladora siempre que los azares de la carrera le llevaban á vivir unos días en su casa de la Marina.

La casa Dupont es mi refugio: si saliese de ella, tendría que volver con toda mi prole a la miseria desesperada de Madrid. Estoy aquí como un vagabundo que encuentra posada y toma buenamente lo que le dan, sin permitirse criticar a sus bienhechores. El recuerdo del pasado, con sus ilusiones y sus alardes de independencia, despertaba en él cierto rubor.

Don Juan se quedó atónito y a dos dedos de contestar ásperamente; mas no podía permitirse frase dura en su propia casa, y el gesto que ponía don Quintín no era de enojo, sino casi de broma.

Luego, cuando se cuenta con el apoyo de los ahorros, puede uno permitirse alguna locura... ¿No sufría ella igualmente por culpa del negocio, teniendo que hacer sus viajes a América siempre que las amigas de allá le escribían que la cosecha era buena y el dinero iba a circular en abundancia?... En todos los puertos llenaba tarjetas postales con frases de intenso amor aprendidas en las comedias.

Vea, Fernando, con qué aire de sonriente humildad acogen esas señoras cualquiera palabra de los «pingüinos». Son más ricas tal vez que las otras, pueden permitirse mayores lujos, pero no pasan de ser «gente mediana», y las otras son «gente bien», como ellas dicen.

El rocín del tío Barret, un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos, cansado de trabajar de día y de noche, de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de hortalizas, y á continuación, sin tiempo para respirar ni desudarse, verse enganchado al arado, tomó el partido de morir, antes que permitirse el menor intento de rebelión contra su pobre amo.

De la sociedad modesta de estribor, las únicas que pasaban por allí eran doña Zobeida y Conchita. La buena dama de Salta saludaba a las «porteñas» con su aire señoril y bondadoso, a estilo antiguo, y seguía adelante sin permitirse mayores intimidades. Ni aquellas grandes señoras deseaban su amistad, ni ella necesitaba de su apoyo.