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Era el único signo exterior de religiosidad: ni alardes de fe ni entusiasmos provocadores. Eso quedaba para los pueblos donde flaquea la devoción y la verdad divina tropieza con enemigos.

Don Ramón, por sus anuncios y sus alardes de religiosidad, era la persona de confianza de Dupont el mayor; pero Montenegro no le temía, conociendo las creencias del pasado que aún perduraban en él. Más de media hora pasó el joven examinando sus papeles, sin dejar de mirar, de vez en cuando, al vecino despacho, que seguía desierto.

Y bien puede asegurarse que el señor D. José Joaquín Domínguez escribe con muy castiza elegancia y delicado gusto, y deja conocer, sin afectación y sin importunos alardes, que ha estudiado bien a nuestros clásicos y a los de la docta antigüedad griega y romana, sin copiar servilmente nada de ellos, sino poniendo en su estilo sabor y aroma, como el que presta al vino nuevo la solera de vino rancio y generoso que el antiguo vaso contiene.

Era doña Giomar, la madre de Ramiro. Sus ojos fosforescían en la penumbra como humedecidos por lágrimas recientes, y su voz, de un timbre demasiado bajo tal vez, moduló con severa dulzura: Ya os he dicho otras veces, Medrano, que Ramiro no ha menester destos alardes. ¿Por qué le habéis dado la espada?

La dura necesidad de ganarse el pan con el trabajo físico, hacía del vigor un culto, convertía en diversión los alardes de resistencia de los más fuertes, admiraba como héroes á los grandes partidores de leña ó á los expertos barrenadores, y para dar carácter de fiesta á todos los esfuerzos del músculo en el diario trabajo, asociaba á sus juegos al buey, manso y sufrido compañero de la miseria campestre.

Pero ¿qué sucede en realidad? ¿Que sentido tienen estos alardes de pureza y de abnegacion ante la moral verdadera, ante la emocion íntima del alma, esa emocion que siente el bien, y que tiene bastante con sentirlo, como mi corazón ama la belleza, y tiene bastante con amarla? ¿Qué significan esos 43.000 duros devueltos á la policía de esta ciudad?

Sus amantes se los gastarían en un decir Jesús... y era lástima que tan bonito capital se destruyese. Mucho se disputó sobre esto, haciendo ambas alardes de delicadeza; pero, al fin, el dinero quedó en poder de doña Lupe.

Presentían la posibilidad de la derrota: parecían olerla en el silencio que pesaba sobre la plaza, en la misma gravedad de sus enemigos. Algunos más enérgicos se revolvían contra la posibilidad del fracaso. ¡Venir de tan lejos, para que se burlasen de ellos unos pobretones!... Renacía su avaricia de antiguos miserables, que turbaba muchas veces con detalles de ruindad sus alardes de ostentación.

Es un magnate que tiene un alcázar, y ha de andar buscando un asilo de zoca en molondra. Es un mendigo á quien se ha levantado un palacio; pero que no ha dejado de ser mendigo, ¡Vanos alardes! ¡Estéril pompa! ¡Pobre magnificencia!

Los tres se esforzaron en convencer al indiano de que ni aquélla ni ninguna otra joven podría resistir mucho tiempo si él se decidía a estrechar el bloqueo. Paco aludía además de un modo vago y misterioso a cierto dato que él poseía, el cual demostraba hasta la evidencia que los desdenes de la chica eran pura comedia, alardes de vanidad para hacerse valer.