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Según un escritor amigo mío y que cultivó el ramo de crónicas, los asistentes no pasaban de doce, personajes los más caracterizados en el foro, la milicia o la iglesia. «Allí asistía el profundo teólogo y humanista don Pedro de Yarpe Montenegro, coronel de ejército; don Baltasar de Laza y Rebolledo, oidor de la Real Audiencia; don Luis de la Puente, abogado insigne; fray Baldomero Illescas, religioso franciscano, gran conocedor de los clásicos griegos y latinos; don Baltasar Moreyra, poeta, y otros cuyos nombres no han podido atravesar los dos siglos y medio que nos separan de su época.

En Salamanca los hay también. Casi todos los labradores de la Puerta de Zamora visten de charro, con más ó menos ostentación, y en el Ayuntamiento de la aristocrática ciudad del Tormes hay siempre un concejal de tal clase, con su traje y todo. Los ya dichos clásicos del campo de Ciudad-Rodrigo se hablan de vos muy formalmente.

El señor deán, que era un hombre de gusto y muy versado en los clásicos, no había de incurrir en el error de ingerirse y entreverarse en la historia a título de tío y ayo del héroe, y de moler al lector saliendo a cada paso un tanto difícil y resbaladizo con un párate ahí, con un ¿qué haces? ¡mira no te caigas, desventurado! o con otras advertencias por el estilo.

Gracias a él, las señoras de ambos lados venían a visitarlas, atraídas por el brillo purpúreo de su faja de seda y el esplendor de su cruz de oro. Y Monseñor, sonriendo bonachonamente, se esforzaba por mostrarse galante y pretendía entretener al femenil concurso con chistes aprendidos en el seminario y recuerdos de sus estudios clásicos.

Tus versos llegaron a ser clásicos. Se citaban con gravedad en el editorial por los periodistas contemporáneos y en la Cámara de Diputados por los oradores noveles, con el mismo respeto con que en la restauración se citaban los dísticos de Boileau. ¡El día de la patria te pertenecía; te pertenecía el día de toda fiesta nacional! ¡Hasta drama patriótico te había hecho el autor de tus días sin sospecharlo!

Estudió en el Ateneo municipal de los Jesuitas y luego en la Universidad de Santo Tomás. A los nueve años hacía versos castellanos. A los 14 los componía en latín. Ha obtenido premios en certámenes. Sin desdeñar lo moderno, venera a los clásicos españoles. Es maravilloso declamador. Ahora actúa como redactor muy distinguido de "La Vanguardia" y profesor de la Universidad de Filipinas.

Y aunque esa época agitada no fuese favorable al desarrollo del arte, aunque no se gran valor á los ingenios que se dedicaron á él, será preciso confesar que hubiese sido más conveniente para el teatro que poetas como Eriphio y Opitz se hubieran propuesto mejorar el drama popular y hacerlo más elevado, en vez de imitar á los clásicos, entendiéndolos sólo á medias.

Trasladaré solamente algunas opiniones peregrinas. «Belarmino hubo de inventar su lenguaje porque carecía de instrucción, de lecturas. De haber leído desde la infancia variedad de autores clásicos, ¿cómo habría llegado a hablar y escribir Belarmino? Max Muller repite incontables veces, y lo prueba otras tantas, que pensamiento y lenguaje son idénticos.

Hemos perdido nuestro vigor corriendo desalados en todos sentidos, confundiendo en la escena las creaciones más heterogéneas, ya imitando este modelo, ya el otro; celosos particularmente de agotar las heces de la literatura dramática extranjera, poseemos dramas clásicos y románticos, piezas patibularias que conmueven los nervios, ensayos declamatorios llenos de sentencias filosóficas para los estudiantes más aprovechados; lamentaciones familiares sentimentales, cuyo solo fin es hacer derramar lágrimas y anécdotas dialogadas que se denominan comedias; hemos trasplantado á nuestro teatro el fastidio clásico, la insensatez romántica y los vaudevilles franceses; hemos creído rivalizar con los ingleses imitando la parte angulosa y las excrecencias de sus dramas, y con los españoles parodiando sus formas y sus extravíos místicos; y, á pesar de esto, pocas veces hemos logrado hasta ahora dar vida á un drama propio, habiendo sido hasta aquí contadas las tentativas dirigidas á apropiar al teatro las tradiciones populares é históricas, de las cuales, y en último resultado, no ha brotado una poesía dramática duradera.

Después, como solía en lances tales, hizo caso omiso de la variedad de fenómenos relatados por la enferma, para fijarse en la causa una, y dijo: El histerismo es un Proteo. ¿Quién? preguntó Emma. Uno advirtió Bonis, luciendo sus conocimientos clásicos , que robó el fuego a los dioses.