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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Ahora que se alzan en España incontables capillas del Azar, no me negaréis que mi alquimista es un personaje de actualidad.
La viviente mancha obscura, las incontables ballestas las innumerables lanzas juntas cual lluviosas hebras, todo obscuro como el bosque que guarda sus madrigueras, todo inquieto cual las ramas que sacude la tormenta, preséntase prolongando la espesura de la selva. ¿Qué es aguardar?
El telescopio llegaba a alcanzar mundos tan remotos, que el rayo de luz llegaba hasta la lente después de un viaje de tres mil años. Y todos estos mundos incontables nacían, se transformaban y morían como los seres. En el espacio no había reposo, lo mismo que en la tierra. Unas estrellas se apagaban, otras brillaban macilentas, otras lucían con el estallido de vida de la juventud.
Aquel día había sido idéntico a otros incontables días, en el rodar de los días de Belarmino. Y, sin embargo, aquél era un día señero, un día crítico, un día que le había provocado una intuición profunda del porvenir, o, como Belarmino se decía a sí mismo en aquellos instantes, empleando el tecnicismo esotérico de su inventiva, un faraón crónico.
¡Arruinados! ¿Era posible? ¿Y todos los cuantiosos caudales que venían hasta ellos, por incontables alianzas, desde los más remotos antepasados, todas aquellas mercedes de los Reyes, todos aquellos señoríos de Segovia, todas aquellas casas y heredades en Avila y su tierra, que aparecían mentados a cada paso en sus pergaminos?
Aquella existencia nómada enajenó su alma. «A esos enamorados de la luna dice, á esos perseguidores de una estrella, les he amado con todo mi corazón, y al buscarles por los incontables caminos de la vida, les hallé siempre.
Pronto notó Ojeda una transformación en el carácter de Teri. Perdía por momentos su alegre inconsciencia de pájaro loco. Era más grave en sus palabras; mostraba una mesura conservadora en sus juicios sobre el amor. Ella, que al principio le incitaba a narrar las aventuras de su pasado, riendo gozosa cuanto más incontables eran, palidecía ahora con un gesto de protesta.
En el Cap-Martin dejaron los ingleses á sus muertos; en Mónaco los hay de todas las nacionalidades; en el Cap-Ferrat duermen los belgas bajo coronas que ya son viejas; en Niza están los cadáveres americanos; y en todas partes, desde el Esterel á la frontera italiana, franceses... franceses... franceses. Son incontables los cadáveres.
Los que apenas se marcaban en el infinito se aproximan al inventarse un nuevo anteojo, y tras ellos surgen en la negrura del espacio otros y otros, y así por los siglos de los siglos. Son incontables: están tan compactos como las moléculas del humo de una chimenea o del vapor de una nube. Nuestra pequeñez infinita nos hace apreciar las colosales distancias que existen entre ellos.
Trasladaré solamente algunas opiniones peregrinas. «Belarmino hubo de inventar su lenguaje porque carecía de instrucción, de lecturas. De haber leído desde la infancia variedad de autores clásicos, ¿cómo habría llegado a hablar y escribir Belarmino? Max Muller repite incontables veces, y lo prueba otras tantas, que pensamiento y lenguaje son idénticos.
Palabra del Dia
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