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En Bulusan, como en la mayor parte de los pueblos playeros del estrecho hay no afición, sino fanatismo por el gallo y sus peleas, de las que dice un notable escritor. «En Filipinas la pasión por los juegos de gallos es un verdadero delirio, y ninguna ley puede hacer variar el número y duración de las riñas que producen tal carnicería en los combatientes que bien puede dársele el calificativo de inhumana.

En la taquilla hubo alborotos, peleas, se habló de filibusterismo y de razas, pero no por eso se consiguieron billetes. A las ocho menos cuarto se ofrecían precios fabulosos por un asiento de anfiteatro. El aspecto del edificio profusamente iluminado, con plantas y flores en todas las puertas, volvía locos á los que llegaban tarde, que se deshacían en exclamaciones y manotadas.

Tal vez pintaba de noche, valiéndose de procedimientos nuevos. ¡Los hombres inventan ahora tantas diabluras!... Desnoyers conocía estos trabajos nocturnos: escándalos en los restoranes de Montmartre, y peleas, muchas peleas.

Aunque de espacio en espacio alegran la procesion las notas simpáticas y ricas en colores de las educandas de la Escuela Municipal con la cinta sobre el hombro y los libros en la mano, seguidas de sus criadas, sin embargo apenas resuena una risa, apenas se oye una broma; nada de canciones, nada de salidas graciosas; á lo más bromas pesadas, peleas entre los pequeños.

Era protegido del obispo Fonseca, encargado por los monarcas de la preparación de expediciones y proveeduría de las nuevas tierras: algo así como ministro de Marina y de Colonias todo a la vez. El Almirante, que conocía las hazañas de este mozo y sus méritos de hombre de espada, se lo llevó en el segundo viaje para las peleas de tierra adentro, pues él sólo era hombre de mar.

Y luego que se les calienta la cabeza, y pierden aquel poco juicio que antes tenían, á lo mejor de la embriaguez paran todas sus fiestas en peleas, heridas y muertes; porque los rencores y los odios sepultados largo tiempo en sus pechos alevosos, por cobardía y temor, salen á fuera en tales ocasiones y se procuran vengar con furor increíble; y lo que causa más admiración es que los parientes de los muertos no se sienten nada de la injuria recibida, cuando vuelven en , por más estrecho que sea el parentesco.

Treinta y dos páginas es de veras poco para conversar con los niños queridos, con los que han de ser mañana hábiles como Meñique, y valientes como Bolívar: poetas como Homero ya no podrán ser, porque estos tiempos no son como los de antes, y los aedas de ahora no han de cantar guerras bárbaras de pueblo con pueblo para ver cuál puede más, ni peleas de hombre con hombre para ver quién es más fuerte: lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien, y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros.

Sudoroso y emocionado aún por el combate, siguió balbuciendo explicaciones. Reconocía que los chilenos provocaban peleas algunas veces; pero era de tarde en tarde y á consecuencia de excesos en la bebida.

Era la niña de estancia, acostumbrada a presenciar las peleas de los peones y las crueles hazañas de su hermano. Pero no tardó en arrepentirse de su cólera. Era demostrar tristeza y despecho por la negativa de aquel hombre. Prefirió reír, con una risa forzada, insolente, despectiva. Adiós. No me hables más; como si nunca nos hubiésemos conocido... La culpa la tengo yo, por haberte hecho caso.

Que las haga rezar cuanto quiera; por , hasta que chupen las cuentas del rosario, pero armar aquí peleas por defender a los curas trabucaires, malgastar dinero en novenas y desatender a papá por vestir al niño Jesús, lo que es eso... ¡de ningún modo