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El reloj y el dinero son mi propiedad, no tienen libre albedrío; no se van con el ladrón y me dejan porque le prefieren, mientras Beatriz se iba con otro y me dejaba porque le prefería. El hacía bien en llevársela. ¿Por qué había yo de asesinarle por esto? ¿Qué me debe él a para respetar mi felicidad y desatender la suya? »Deseché, pues, de mi alma el pensamiento de asesinar a mi rival.

Martín explicó a su novia como no le era posible desatender la invitación, y dejando a Bautista y a Catalina fué en compañía del oficial. La casa de la señora de Briones estaba en una calle céntrica, con soportales. Rosita y su madre recibieron a Martín con grandes muestras de amistad. La aventura de su llegada a Logroño con un una señorita y una monja había corrido por todas partes.

Del montón de reflexiones que le llenaron atropelladamente el cerebro, sacó estas pocas, que le parecieron las más llanas y más propias del momento: Demos de barato, hija mía, que yo he estado viviendo en una equivocación continua sobre ese particular, con el mejor y más honrado propósito, y ten entendido que te quiero demasiado para que, con cálculos o sin ellos, llegara yo nunca a desatender tus repugnancias en asuntos de tanta entidad; porque una cosa es que lo que se cree útil y conveniente y beneficioso para ti, se persiga y se acaricie, y otra muy distinta la imposición forzosa de ello, que en no cabrá jamás; en este supuesto, ¿qué mal hallas en la venida de ese pobre chico, ni a qué te compromete, para que tanto la temas?

Pronto cayó Cornias en esta cuenta; y para salir del paso honradamente, despilfarrose un poco más, barajando de mala gana, a media voz y de medio lado, sin desatender su faena «una virada en redondo», «mucha trapisonda», «garranchos como arena» y «los rociones hasta la cara». Replicáronle que cómo pudieron empaparse los demás y quedar él tan enjuto como estaba a lo cual, y viéndose cogido por el medio, respondió que no había más, y que bastante era para lo poco que les había costado y lo menos que les importaba.

La difunta se había olvidado de su suerte; no le faltarían razones para ello: bastante había hecho sacándole de su mísera condición. Pero la familia, con el deseo de no desatender el más leve vestigio de la voluntad de la finada, había resuelto protegerle para que terminase su carrera. Iban a darle de una vez tres mil pesetas, cortando para en adelante toda relación y compromiso.

Sin desatender los trapos, la soñadora dama se iba por esos mundos, ejercitando el derecho de revisión y rectificación de las cosas sociales, concedido en el reino de la mente a todos los que se creen fuera de su lugar o mal apareados. «Ese Pez que es un hombre. Al lado suyo que podría lucir cualquier mujer de entendimiento, de buena presencia, de aristocrático porte.

Así, pues, si la prudencia y las sabias reformas de nuestros ministros no encuentran hábiles y decididos intérpretes entre los gobernantes de Ultramar, y fieles continuadores en los que las frecuentes crisis políticas llaman á desempeñar tan delicado puesto; si á las quejas y necesidades del pueblo filipino se ha de contestar con el eterno no lugar, sugerido por las clases que encuentran su vida en el atraso de los súbditos; si se han de desatender las justas reclamaciones para interpretarlas como tendencias subversivas, negando al país su representación en las Cortes y la voz autorizada para clamar contra toda clase de abusos, que escapan al embrollo de las leyes; si se ha de continuar, en fin, con el sistema fecundo en resultados de enajenarse la voluntad de los Indígenas, espoleando su apático espíritu por medio de insultos é ingratitudes, podemos asegurar que dentro de algunos años, el actual estado de las cosas se habrá modificado por completo; pero inevitablemente.

Su honesto trato con Obdulia, que vino del conocimiento con Doña Paca y de las relaciones comerciales de las viejas cereras con el funerario, suegro de la niña, si llevó al espíritu de Ponte el consuelo de la concordancia de ideas, gustos y aficiones, le puso en el grave compromiso de desatender las necesidades de boca para comprarse unas botas nuevas, pues las que por entonces prestaban servicio exclusivo hallábanse horrorosamente desfiguradas, y por todo pasaba el menesteroso, menos por entrar con feo pie en las regiones de lo ideal.

Esta consideración ponía los pelos de punta. ¿Sucumbiría España? ¿No le reservaba Dios la gloria de dar el primer golpe en el pedestal del tirano de Europa?... No, no es posible asistir indiferente al espectáculo de tan sublime esfuerzo, ¡oh patria!; pero te confieso que yo rabiaba por conocer al autor de aquella tercera carta que tenía en mi mano, y cuando sin desatender a tu admirable heroísmo miré la firma y vi el nombre de Román, segundo mayordomo de mi inolvidable ama; cuando consideré que aquel papel contendría revelaciones importantes, me dominó de tal modo la curiosidad, que por un instante desapareciste de mi espíritu, ¡oh hermoso rincón de tierra, destinado más de una vez a ser equilibrio del mundo! ¡Adiós, España; adiós, Napoleón; adiós, guerra; adiós, batalla de Bailén!

No se le debe desatender en las hemiplejias por apoplejía, ni en las parálisis reumáticas. Es esencial en las de la lengua, en cuya afeccion es muy útil la barita carbónica. § IV. Efectos fisiológicos y terapéuticos sobre los órganos de los sentidos y aparatos gastro-pulmonales.