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Actualizado: 10 de junio de 2025
Allá los templos abiertos y las tumbas sin losa bostezan al nivel de las aguas luminosas; pero ni las riquezas que se muestran en los ojos adiamantados de cada ídolo, ni los cadáveres con sus rientes adornos de joyas, quitan a las aguas de su lecho; ninguna ondulación arruga, ¡ay de mí! todo ese vasto desierto de cristal; ninguna ola indica que los vientos puedan existir sobre otros mares lejanos y más felices; ninguna ola, ninguna ola deja suponer que han existido vientos sobre mares menos horrorosamente serenos.
Todo se volvía gritar: ¡Pero qué bien está usted, don Jaime! ¡qué horrorosamente pintado! Ni la madre que le parió puede conocerle. Bajo la fe de esta palabra, el buen Marín se dejó llevar al Liceo. Sus amiguitos le aconsejaron que no dejase de dar bromas a ciertas señoritas; a lo que él contestaba, que serían como sinapismos.
A la puerta tropezó con un personaje, a quien por poco derriba en tierra, el cual se paró en el umbral. Apenas lo percibió María, su cólera cedió a un impulso de risa, no menos violento. El personaje que lo ocasionaba era Momo, uno de cuyos carrillos estaba horrorosamente hinchado. Traía un pañuelo atado alrededor de su deforme rostro, y venía a que el barbero le sacase una muela.
Su honesto trato con Obdulia, que vino del conocimiento con Doña Paca y de las relaciones comerciales de las viejas cereras con el funerario, suegro de la niña, si llevó al espíritu de Ponte el consuelo de la concordancia de ideas, gustos y aficiones, le puso en el grave compromiso de desatender las necesidades de boca para comprarse unas botas nuevas, pues las que por entonces prestaban servicio exclusivo hallábanse horrorosamente desfiguradas, y por todo pasaba el menesteroso, menos por entrar con feo pie en las regiones de lo ideal.
Quedose parado y mudo; contempló a la Benina como a visión que se desvanece en un rayo de luz, y conservando en su mano izquierda la peseta, con la derecha sacó el pañuelo y se limpió los ojos, que le lloraban horrorosamente. Lloraba de irritación oftálmica senil, y también de alegría, de admiración, de gratitud.
D. Alfonso el Sabio vino con el rey de Marruecos á cercarla contra el infante D. Sancho, que había entrado pocos dias antes en ella con su esposa D.ª María de Molina: tuvo al fin que levantar el sitio, pero despues de haber talado sus alrededores . Talólos años despues el rey D. Pedro, al ver que ni con el ausilio de Mohammad de Granada habia podido arrancarla á D. Enrique . La peste diezmó horrorosamente á sus hijos al empezar el siglo XV: acabó con mas de veinte mil en el espacio de tres meses.
Vieron todos que se le descomponían horrorosamente las facciones, los ojos se le salían del casco, la boca se aproximaba a una de las orejas... Alzó los brazos, exhaló un ¡ay! angustioso, y se desplomó de golpe. A la caída de su cuerpo se estremeció de arriba abajo toda la endeble escalera. Subiéronle entre cuatro a la casa para prestarle socorro, que ya no necesitaba el infeliz.
Pero al levantarle, recobró Frasquito, como quien resucita, el movimiento y la palabra, y asegurando no haber recibido golpe en la cabeza, que era lo más delicado, y palpándose en distintas partes del cráneo, les dijo: «Nada, nada, señores, tóquenme y no hallarán el más ligero chichón». De brazos y piernas, si al principio pareció haber salido con suerte, pues hueso roto seguramente no tenía, a poco de echar a andar cojeaba horrorosamente de la pierna izquierda, efecto, sin duda, del violento choque contra el suelo.
Palabra del Dia
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